Resumen: La vainilla chocoana: una joya escondida que puede transformar la economía de Colombia. Descubre cómo este cultivo ancestral, además de generar ingresos, contribuye a la conservación de la biodiversidad y ofrece una alternativa sostenible a la deforestación
Un artículo de The Economist del 8 de agosto pasó desapercibido en Colombia, a pesar de vaticinar un boom en la producción de vainilla en el país. Promocionado por la Agencia Suiza de Cooperación, el pacífico colombiano está redescubriendo sus variedades de vainilla. En el Chocó, este producto, conocido localmente como “quereme”, por su exquisito olor, se destaca como un recurso forestal no maderable y simbiótico con la protección de la biodiversidad. A pesar de esfuerzos menores realizados por la Agencia de Desarrollo Rural ($500 millones), no existe una política estatal agresiva para su promoción. No es coincidencia que, para el mes de septiembre, el Min Agricultura solo haya desembolsado solo el 18.3% de los recursos asignados. Aunque se le abona al gobierno que el sector agrícola haya dejado de ser la “cenicienta” del presupuesto nacional, de poco sirve si los recursos no se ejecutan.
En el mercado global de alimentos, la vainilla es un producto esencial para saborizar, y su aroma es altamente codiciado. Es la segunda especia más costosa después del azafrán, con un mercado mundial que alcanzó los US$ 292 mil millones en 2023, y se espera que crezca a US$437 mil millones para 2031. Aunque la flor de la vainilla es originaria de América Latina, el 80% de la producción proviene de Madagascar. Dada la mayor exigencia por productos de calidad y orgánicos, los campesinos chocoanos están vendiendo el kilo a $2.5 millones. La fuerte demanda internacional asegura que la producción disponible encuentre compradores fácilmente, sin necesidad de deforestar.
El artículo en referencia, menciona que la variedad planifolia del pacífico colombiano es polinizada por abejas, lo que le da un olor especial. Se lamenta que, a pesar de la demanda evidente, hace falta capacitación, financiación, vías terciarias, y vocación comercial. Una empresa francesa de fragancia requeriría, por ejemplo, una tonelada de producto inmediatamente, pero la intervención estatal, que debería ser integral, es insuficiente. Es verdad que la ejecución contractual de Min Agricultura es de 50.7%, pero al no ocurrir en territorio, los recursos se quedan durmiendo en fiducias.
Si bien el propósito del gobierno de lograr una reforma agraria es loable, su lentitud es evidente. Aunque el gobierno cita a Corea del Sur como ejemplo de una reforma rural exitosa, las diferencias en el sistema judicial y el historial de violencia de Colombia hacen que las comparaciones sean poco realistas. No es razonable esperar que las cooperativas de vainilla logren imponer condiciones a los compradores por sí solas. Sería mucho más efectivo garantizar la calidad y el suministro de la cadena productiva, para garantizar contratos justos de largo plazo.
El renacer de la vainilla colombiana es una noticia prometedora. Aunque el gobierno podría hacer mucho más para impulsar este desarrollo. La certificación de origen debería ser algo en trámite. Agrosavia, la entidad estatal de investigación agrícola podría profundizar en estudios sobre las variedades colombianas y sus técnicas de producción. El huracán que afectó a Madagascar en 2023 obligó al mercado global a buscar alternativas, y Colombia tiene el potencial de convertirse en un productor clave, aunque solo el tiempo lo dirá.
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