Le festejás el cumpleaños, le comprás ropa y lo llevás a comer a un restaurante. Lo presentás como “mi bebé”, le hacés un lugar en tu cama y le hablás en diminutivo. ¿Es bueno tratar a una mascota como si fuera un hijo? ¿Le estás haciendo un bien… O todo lo contrario? “Puede estar bien para cubrir o satisfacer las necesidades del dueño, no las de los animales de compañía. Un perro o un gato no necesita eso, ni mucho menos, para su bienestar. Sus necesidades pasan por otro lado”, aclara Claudio Gerzovich Lis, médico veterinario y especialista en comportamiento canino y felino.
Desde otra área, la que trata la psiquis de las personas, hay cierta coincidencia. “Parecería haber una necesidad de darle a las mascotas un lugar más importante, aún, del que tienen. Una necesidad que tendrá sus motivos según el caso, pero que más allá de la particularidad puede tener que ver con una mayor expresión de afecto. Detrás de esta necesidad de expresar un mayor afecto habrá otros motivos más profundos”, analiza el licenciado Sebastián Girona, psicólogo clínico.
En otras palabras, ¿podríamos decir que existe una tendencia a “humanizar” a las mascotas? “En la sociedad actual esto es así”, reconoce Gerzovich Lis. “Esto se da especialmente en el campo popular, donde hay mucho antropomorfismo. Como contraparte, en el mundo científico hay mucho antropocentrismo. La gente dice: ‘A mi perro sólo le falta hablar, es un humano’, y en el campo científico se tiende a decir: ‘No, no, los sentimientos son privativos del humano’. En mi opinión, la realidad pasa por otro lado. Yo creo que no hay diferencia de clase entre animales y humanos; hay diferencia de grado. O sea, somos parte de la evolución. De hecho, muchos de los comportamientos de los humanos son similares, en sus bases, a los de los animales. Entonces es obvio que los animales no son humanos; pero que nosotros, los humanos, sí somos animales”, diferencia el experto.
Uno más, pero diferente
En una encuesta exclusiva de Entremujeres, le preguntaron a 13.169 usuarias qué significan sus mascotas para ellas. Una respuesta se ganó el primer puesto con todos los laureles y sextuplicó en votos al segundo lugar. Para el 76,8% de las participantes (10.112 en total), el animal que vive en sus casas es “un miembro más de la familia”.
Y sí, está claro que la mascota se integra a nuestro hogar. De hecho, está bien que así sea. Según Gerzovich Lis, “el perro es una especie social que tiene un comportamiento similar al del humano. Por eso, no solo puede formar parte de la familia, sino que debería hacerlo. Nuestro perro es el miembro no humano de la familia”. Por su parte, el médico veterinario Juan José Trinidad, asesor del laboratorio König, considera que “está bien que tratemos a una mascota como parte de la familia, siempre y cuando tengamos en cuenta algunos límites”.
Para empezar a marcar esos límites, debemos reconocer que estamos ante un miembro «no humano» de nuestro ámbito hogareño. “Muchas personas hablan de su perro o gato como ‘mi hijo’. Se puede pensar en términos afectivos, entendiendo que la mascota es destinatario de un gran afecto por parte de su dueño. Me parece que muchas personas le otorgan a su mascota el lugar simbólico y afectivo que se la da a un hijo”, señala el licenciado Girona. “En algunos casos, el riesgo es que se intente reemplazar a un hijo por un animal. Es importante tener en claro la diferencia», continúa.
«Los dos pueden ocupar lugares importantes dentro de la familia y ambos son parte de ella porque los dos son destinatarios de un gran afecto, pero hay grandes diferencias. Es inevitable que los padres depositen expectativas en un hijo, si este ha sido deseado, por supuesto. Pensar en cómo será, que estudiará, etcétera. Esto es imposible con un animal, no podemos depositar expectativas porque no las va a cumplir y está bien que así sea, ya que es la mascota de esa persona. Hay una diferencia también muy importante: uno es dueño de su mascota, pero no es dueño de sus hijos”, lanza Girona.
Tu cama no es un cambuche
Por su parte, el veterinario Juan José Trinidad pone el foco en cuestiones relacionadas con la higiene. Nos explica que el perro o gato siempre debe tener su propio lugar, su cucha o cambuche, para dormir en la casa. Asegura que por cada pulga que vemos en el cuerpo del animal, existen más escondiéndose en cualquier parte de la casa. Por eso, hay que evitar que duerma en camas o sillones que también utilizan las personas.
«Los niños de la casa, por lo general, tienen hábitos de juego y mucha atracción para con los animales domésticos. Suelen pasar mucho tiempo con ellos. Por eso es importante tener en cuenta estos límites. Por ejemplo: que los animales no suban a sus camas, que los niños no jueguen dentro de sus cambuches, que no toquen su comida, o mantener a los niños alejados de las áreas que podrían estar contaminados con materia fecal de las mascotas, como el jardín y el patio”, agrega el especialista.
Cómo evitar pasar el límite
* Sería importante que la persona se pueda preguntar el «para qué» de lo que hace. ¿Para qué llevo a mi mascota a comer a un restaurante? ¿Para qué le festejo el cumpleaños? Esta pregunta nos ayuda a ser más conscientes de lo que hacemos y su respuesta puede funcionar como límite.
* También podría ayudar preguntarnos a nosotros mismos: ¿quién lo necesita, el animal o yo? Esto no quita que igual lo haga, pero por lo menos esa persona va a ser más consciente de por quién lo hace en realidad.
* Un perro necesita seis palabras para que lo eduquen bien: coherencia, firmeza y paciencia son las tres primeras. Las otras son ejercicio, disciplina y afecto, en ese orden.
* Primero, debemos tener los conocimientos y después aplicarlos de manera coherente, firme y paciente. Educar implica, en primer lugar, generar un proyecto educativo. Una vez hecho eso, llevarlo a la práctica siendo coherente en el mensaje, firme en su desarrollo y paciente para obtener resultados.