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Sin neutralidad, pero buscando la objetividad


He pensado mucho lo que debería escribir en este artículo previo a las elecciones presidenciales del 17 de junio y es que son tantos los temas por abordar que termina uno siempre quedándose corto, pero al mismo tiempo son tantos los textos que aparecen que también surge la pregunta de ¿qué sería lo diferente que puedo aportar?

Hace muchos años uno de mis maestros, el Dr. José Olimpo Suárez Molano, me invitó a participar con él en una investigación sobre caudillismo, recuerdo que revisamos varias biografías y logramos identificar algunos rasgos en aquellos “prohombres”, que con un status casi mesiánico para bien o para mal habían cambiado el curso de la historia en sus países, poniéndose por encima de toda clase de leyes. En mi caso profundicé en Pancho Villa, y otra de mis compañeras hizo lo propio con Rafael Leónidas Trujillo, desde entonces ese tema me ha llamado profundamente la atención y suelo integrarlo a mis reflexiones, junto a otro que le es casi connatural, el llamado populismo y su versión renovada el “neopopulismo”.



Por esas vías, me encontré hace ya un buen tiempo con al menos cuatro materiales que siempre me han resultado interesantes, y que se enmarcan en una tradición eminentemente liberal, por lo que teniendo claro su punto de partida ayudarán a entender que las Ciencias Políticas no se hacen desde la neutralidad, aunque sí buscando la objetividad, comparando modelos, contrastando la teoría con la realidad, etc. Ya que finalmente es una ciencia que busca ante todo develar aquellos misterios o juegos que se tejen tras el poder, aunque con ópticas diversas (cuestión simplemente antropológica):

Primero, un clásico de Carlos Rangel “Del buen salvaje al buen revolucionario”, donde cuestiona justamente la apología que muchos hacen de ese “revolucionario” como alguien a quien hay que perdonarle todos sus exabruptos por estar ligados a una “buena causa”, un personaje que lejos de fortalecer la institucionalidad pretende aparecer como el héroe que lucha contra el sistema, por lo que indefectiblemente caerá en un personalismo político, en el síndrome del adanismo (él como origen de un nuevo sistema). Este texto por cierto ha hecho que muchos se cuestionen ¿cómo fue posible que un venezolano lo escribiera y que luego su país viviera algo tan terrible como el modelo Chavista del socialismo del siglo XXI? la respuesta no es sencilla, pero a lo mejor sirva recordar que muchas veces nos pasamos de confiados, porque ingenuamente creemos que hay cosas que le pueden pasar a otros, pero no a nosotros. A esto hay que sumarle que nadie es profeta en su propia tierra.

Segundo, una trilogía de Plinio Apuleyo Mendoza, Carlos Alberto Montaner y Álvaro Vargas Llosa, con prólogo de Mario Vargas Llosa, por supuesto estoy hablando del “Manual del perfecto idiota latinoamericano”, “el regreso del idiota” y “últimas noticias del nuevo idiota iberoamericano”, tres textos donde se mezclan elementos de la ciencia política con la literatura y el buen humor, en los cuales se hace una radiografía del populismo y sus cambios de discurso en el tiempo, el último libro es de 2014 y en las páginas 217 y 218 ya se narraba parte de lo que estamos viviendo, me permito citar un par de párrafos de su estudio sobre el caso colombiano:



“Ante una polarización política como la que hemos descrito, surge en el panorama una peligrosa opción. La misma que permitió la llegada de Chávez al poder en Venezuela, de Evo Morales en Bolivia, de Correa en el Ecuador o la de Daniel Ortega en Nicaragua. Es decir, el outsider, personaje opuesto a los tradicionales actores políticos. El elector que muestra desdén por los partidos y que hoy constituye una mayoría inédita lo ha venido buscando en Colombia de tiempo atrás. En los sectores populares, puede ser atraído por el populismo. El ejemplo más claro de esta peligrosa búsqueda se ha dado en las tres últimas elecciones de alcalde para Bogotá que han concluido siempre en un desastre. El tercero de ellos, elegido en octubre de 2011, Gustavo Petro, en nombre de una coalición de varios partidos de izquierda con los cuales suele identificarse nuestro perfecto idiota, sumergió a la ciudad en una de las mayores crisis que haya conocido en su historia. Amigo de Chávez y promotor en Colombia de su Socialismo del Siglo XXI, mantuvo una permanente confrontación de clases en el manejo administrativo de la capital colombiana.”

De este párrafo quisiera resaltar que el riesgo descrito es cierto, el llamado “voto castigo” a veces no se fija que el remedio puede ser peor que la enfermedad. Claramente Venezuela no estaba bien antes de Chávez, la corrupción de los partidos era muy alta, pero quisieron arreglar un problema sumándole otro, y en lugar de corregir la situación, hoy se vive una dictadura absolutamente corrupta. El remedio salió peor que la enfermedad, el “voto castigo” terminó castigando a todo el pueblo sometido a un régimen peor y más difícil de cambiar. Por ello cabe decir que solo cuando lo has perdido todo descubres lo importante que era defender a tiempo lo poco que tenías y a veces es muy tarde cuando se descubre que es mejor una democracia con todas sus falencias, que abrirle camino a una serie de propuestas que no sabes a dónde te llevaran. Ahí es donde entra a jugar el mal menor.

Finalizan los autores citados su reflexión sobre Colombia así:



“Ahora bien, la izquierda vegetariana no ha logrado en Colombia el peso que tiene en países como Brasil, Uruguay o Chile. En cambio, la otra izquierda, la radical o carnívora como la hemos llamado, fiel a sus genes marxistas y con la proyección que en ella tienen los brazos políticos de las FARC, pueden constituirse en una peligrosa tercería capaz de disputar el poder a las corrientes tradicionales del país, sino en el inmediato futuro con alguna probabilidad más tarde. Es lo que esperan las FARC como culminación de la estrategia política que los ha llevado a La Habana”.

Tercero, la serie de documentales de la National Geographic dirigidos por Álvaro Vargas Llosa, titulados “Consecuencias: la trama oculta de América latina”, donde hay un capítulo especialmente dedicado al populismo, y donde se muestra cómo el discurso es sistemático en toda América Latina: expropiaciones para regresar las industrias a sus “dueños legítimos”, redistribución de la riqueza pero no la creación de la misma, el odio de clases, la victimización y el asistencialismo para generar dependencia, e incluso elementos típicos como la comparación con grandes personajes de la historia para parecer como un prócer, etc.

Y cuarto, el texto de Axel Kaiser y Gloria Álvarez, “El engaño populista: por qué se arruinan nuestros países y como rescatarlos”, por cierto un libro de 2016 con una portada sugestiva, donde muestran seis rostros de presidentes (Fidel Castro, Hugo Chávez, Cristina Fernández, Evo Morales, Michelle Bachelet y Rafael Correa), la séptima cara que aparece varía, pues en la edición latinoamericana es Gustavo Petro (actual candidato presidencial en Colombia), y en la española es Pablo Iglesias (líder de “podemos”), ambos actuales representantes de una izquierda que se autodenomina “progresista”, pero que sigue las sendas del populismo.



En fin, tras el estudio de estos materiales, y otros más, que para no agobiar al lector no entro a citar, y contrastado con la realidad, he descubierto que sería una irresponsabilidad como académica guardar silencio ante el gran reto que se avecina en Colombia. En palabras del profesor José Olimpo Suárez, la elección del 17 de junio es entre dos grandes modelos, se enfrenta la democracia liberal en cabeza del candidato Iván Duque, contra el populismo de izquierda de Gustavo Petro. No es una confrontación de buenos y malos, repito es simplemente es la confrontación de dos modelos que plantean formas de operar distintas, pero también son dos formas de ejercer la política, y por ello deben ser también analizados desde el carácter del líder que los pretende llevar a cabo, pues en buena medida su talante es el que nos indicará si respetarán o no las instituciones.

En este sentido tengo que decir que en lo corrido de esta campaña me ha sorprendido gratamente el candidato Iván Duque, he podido comprobar en sus distintas intervenciones tranquilidad, profundo respeto por sus opositores, conocimiento en distintas áreas y contundencia en sus posiciones, y me ha quedado claro que no será un títere como lo han querido dibujar. Con el debido respeto que me merece, hace cuatro años sí veía más débil a Oscar Iván Zuluaga. En esta ocasión veo que quienes han querido tener presente todo el tiempo a Uribe son sus opositores, la verdad es que Iván Duque se defiende bien solo y aunque tiene el apoyo de su mentor, no depende de él.

Por el contrario, el candidato Gustavo Petro no me trasmite esa tranquilidad especialmente cuando está en tarima, y ya sabemos cómo es gobernando. Admito que conoce bien el país, es un hombre sagaz e inteligente y por eso me gusta más la comparación que hacen de él con Chávez, y no con Maduro, pero me preocupa sobremanera su capacidad camaleónica, sus fuertes cambios de discursos, y también su pasado. A mí una firma en mármol donde se compromete a no ser él, pintarse de verde y convertirse en un Fajardo no me convence; además por el rayón jurídico que tengo en mi formación, es claro para mí que cualquier compromiso debe quedar en un documento jurídicamente vinculante, como lo sería su programa de gobierno que eventualmente haría tránsito a ser el plan de desarrollo, de resto solo cabe decir que frente a la simbología no hay nada exigible, de eso ya debería conocer suficientemente el profesor Mockus a quien Santos también dijo que le firmaría en mármol no subir impuestos.



Quienes suelen leerme saben que para mí hay tres elementos muy importantes a la hora de votar por alguien:

En primer lugar, sus principios y con esto quiero decir que en su propuesta evalúo el respeto a la vida (desde la concepción a la muerte natural), la familia, la importancia dada a la educación (no tanto en pegar ladrillos, sino en contenidos), la garantía a la libertad religiosa. En esta materia tengo que decir que Duque me preocupaba un poco porque lo notaba tibio en algunas posiciones, de hecho, no lo apoyé en su precandidatura ni no voté por él en la consulta, pero debo reconocer que desde que se dio la alianza de la consulta ha venido trabajando algunos elementos interesantes, y cuenta con personas a su lado que seguramente le aportarán en su formación. Por el contrario, Petro tiene en su concepción y como temas centrales de su discurso, situaciones que para mí son sensibles como la aprobación del consumo de drogas, el tema del aborto, la eutanasia, el matrimonio y la adopción por parte de parejas del mismo sexo, etc.; a eso se le suma el apoyo que Peter Singer le ha dado a Petro, pocos saben que este autor no solo es defensor de los animales (que yo también lo soy, me encantan), sino que su ideología animalista ha llevado a poner a los animales por encima de las mismas personas y ahí si tenemos serios problemas. Por ello, si bien no puedo decir que un candidato tiene en su programa una defensa a ultranza de aquello que me interesa, al menos voy a buscar a un candidato que no ataque la vida y la familia, y eso lo encuentro en Duque, quien además tiene propuestas de deporte, música y hasta de cátedra cívica que me resultan interesantes en el fortalecimiento de valores.

En segundo lugar, siempre miro el tema de seguridad y defensa, así como el respeto por la institucionalidad. En este sentido me gusta la propuesta de Duque de revisar los acuerdos con las FARC y ponerle seriedad a los mismos (como en el caso Santrich), por otro lado, me tranquiliza que en su equipo existan personas como el Coronel (r) John Marulanda, un consultor internacional importantísimo que podrá orientarle, sin contar que la misma Marta Lucía Ramírez, su fórmula vicepresidencial, ya estuvo a cargo del ministerio de defensa. Admito que me cuestiona un poco su discusión sobre las cortes, pero si funciona en otros países y si se plantea como discusión para llevarla al Congreso, no le veo tanto problema. Por el lado de Petro, me preocupa muchísimo que las FARC lo hayan apoyado como su candidato, solo eso ya me asusta, sin contar su visión frente a la Fuerza Pública. Ahora bien, tengo un principio mío, absolutamente personal, yo acepto que un guerrillero haya hecho transición a la paz y se reincorpore a la vida civil, pero de allí a que lo quiera como gobernante, en un puesto que será la imagen de mi país ante el mundo, en un puesto que debe servir de modelo a la sociedad, la verdad es que no.



En tercer lugar, miro el tema económico, y me gusta de Duque su empeño por la economía naranja, la industria creativa, pero más allá de eso confío plenamente en el buen criterio de tantos sectores que se le han unido porque ven posibilidades de crecer y desarrollarse en su propuesta. Coincido con Alfonso Cuéllar cuando en su artículo “El odio a Uribe no justifica joder a Colombia” manifiesta que la confianza se demora en construirse, y que si bien Colombia de la noche a la mañana no será una Cuba o una Venezuela, la verdad es que “para el sector privado, nacional e internacional, un eventual gobierno de Petro representa riesgo e incertidumbre: dos palabras que ahuyentan el capital”. Ahora bien, de Petro me gustan algunas ideas, lo que no me gusta es la forma de plantearlas, pues pretender hacer cambios tan bruscos (como los paneles solares, lo del petróleo o los aguacates) puede crear un caos similar al que vivió Bogotá con sus servicios públicos.

Por todo esto mi voto, como ya lo había anunciado en un artículo anterior, es por Iván Duque. De su candidatura solo me atemorizan los apoyos de última hora, pero entiendo que son situaciones propias de segunda vuelta y que son eso: “apoyos”, “adhesiones”. Es cierto que en política nadie ayuda gratis, pero también es cierto que cuando tienes un caudal electoral tan alto (y Duque sacó la mayor votación que se ha alcanzado en una primera vuelta en la historia de Colombia) juegas con una libertad mayor que cuando quedas por debajo y tienes que cambiar hasta tus ideas para conseguir apoyos, como es el caso de Petro. Por cierto, es verdad que si quedara Petro estaría obligado a hacer un gobierno más moderado, pero también es cierto que en la alcaldía de Bogotá demostró que no es tan conciliador. Creo que los cambios en el país son importantes, pero no deben hacerse a la loca, ni cambiar por cambiar y menos cuando el supuesto cambio llegaría por alguien que ayudó a la reelección de Juan Manuel Santos y en ese sentido, en el mejor de los casos, podría ser más de lo mismo.

Termino con una precisión, el rigor académico exige tomar posiciones y defenderlas con argumentos, con lógica. En este sentido es que expreso que como politóloga no puedo ser neutral, y nunca he pretendido serlo, intento ser objetiva (es decir evaluar las cosas con apego a la realidad y en ese sentido buscando la verdad, no como imposición, sino como búsqueda, como confrontación de argumentos racionales y con hechos veraces). Pero en las discusiones políticas no puedo ser neutral porque sencillamente no me puede dar lo mismo vivir en una dictadura que hacerlo en una democracia, no me es igual un régimen capitalista que uno comunista, no es igual la tortura a la defensa de los derechos humanos, no es igual un postulado libertario a uno liberal o a uno socialista o a otro socialdemócrata. No es posible pasarse la vida estudiando teorías políticas, identificando rasgos en la realidad, para que al llegar a un momento coyuntural como el actual haya personas que piensen que como académico debes ser neutral y no hacer valoraciones; en la vida muchas veces hay que tomar decisiones y eso implica hacerse responsable, asumir lo dicho, lo planteado.



La academia dura no es neutral ni puede serlo, en la academia estudiamos las distintas tradiciones, autores, pensamientos, ideologías, pero también las creamos pues las distintas escuelas surgen de la confrontación de ideas, no de la neutralidad, ni del “todo vale”. Y hablo de la academia dura, de grandes ligas, de educación superior, porque eso no puede ser confundido con la pedagogía básica que aporta elementos, herramientas para apenas entrar en la discusión. En otras palabras, que un politólogo pueda explicar de forma neutral un conocimiento que es meramente técnico (de procedimiento), como por ejemplo como marcar un tarjetón para que el voto no sea nulo o la diferencia entre Estado y Gobierno, no quiere decir que su profesión llegue hasta allí, de hecho, ese sería el conocimiento mínimo que todos deberíamos tener como ciudadanos sin necesidad de estudiar Ciencias Políticas. Así las cosas, está bien que este profesional realice una labor social que permita nivelar esos conocimientos, pero es claro que su profesión no puede verse limitada a ese campo.

No imagino a Hobbes, a Locke, a Marx, a Foucault, a Nozick, a Rawls dedicados a la neutralidad o a la abstracción pura; como tampoco a los analistas que hemos citado anteriormente y cuya línea de pensamiento claramente conocemos. Así las cosas, como invita tantas veces Savater: en la política hay que involucrarse para no ser un idiota “preocupado tan sólo en lo suyo, incapaz de ofrecer nada a los demás”.






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