El sentido de la vida de un ser humano y el mayor logro al que pueden aspirar las personas, familias y sociedades, no es el bienestar o estar bien, según los estándares de la sociedad de consumo. Estimular desarrollo de competencias con este referente es un reduccionismo antihumano.
Nadie es feliz con solo recrearse en poder, posesión o placer. Si así fuera, bastaría hiperestimular de modo continuo las partes del cerebro que tienen que ver con la percepción subjetiva de felicidad, pero probablemente nadie elija esa opción como la felicidad que coincida con las perfecciones que lo constituyen, la que es plena.
En cambio, incluso con el mayor sufrimiento físico, se puede sentir una profunda felicidad, por ejemplo, cuando se es consciente de que se han puesto todos los medios para donarse, por amor, a otros seres personales. Lo vemos en muchas madres y en los héroes de la patria.
Una persona puede “estar bien” en el sentido en el que habitualmente se define la palabra bienestar, y sentirse mal, por ejemplo, por el remordimiento de haber destruido a otro ser humano o de no haber puesto todos los medios para evitar que se aniquilara la vida biológica de este.
También una persona puede estar sufriendo y decir que está bien, por ejemplo, mientras padece dolores con ocasión de haber hecho todo lo posible para rescatar a otra del riesgo de morir.
Ante el sufrimiento, un ser humano puede donarse y también es capaz de hacerlo en ocasiones que pueden tener como efecto una percepción de placer y bienestar.
Al ser la donación a otro ser personal un bien específicamente humano que siempre hace mejor persona a quien lo practica, y acompaña más eficazmente a quien recibe el don, impedir este bien destruyendo al que sufre, aunque sea con el consentimiento de este, es un acto antihumano.
La aceptación o no suficiente evitación de la eutanasia, puede ser compatible con el desprecio al ser humano desde referentes de bienestar, placer, utilidad, producción, tiempo, esfuerzo, comodidad, egoísmo, evasión, cobardía, pereza y tal vez cientos de estímulos con los que sabemos que no nos hacemos mejores personas si nos dejamos llevar por esas tendencias.
La solución al sufrimiento no es destruir al que sufre: esta alternativa es irracional porque, ante lo que evidencia la carencia de un bien en alguien -el sufrimiento la hace evidente-, quien elige destruirlo no considerar que el bien que es ese ser humano es mayor que la sensación de bienestar que pueda desear.
Quienes realizan la eutanasia y los que no se oponen todo lo que debieran a que se ejecutara, niegan en sí mismos el bien de humanidad que negaron en quien, compartiendo la misma especie, fue destruido con esta práctica, quedando así más inermes para distinguir lo que es necesario conocer coherentemente en la teoría y en la práctica, para saber valorarse y valorar la propia humanidad y la de otros.
No existe el derecho a la eutanasia, aunque haya una profesión que se llama Derecho desde la que algunos ejecutan interpretaciones y normas que denominan “derechos” incluso si no lo son: las determinaciones e interpretaciones jurídicas a favor de la eutanasia, no pasan de ser normas injustas y por lo tanto, contra ellas hay que oponerse plenamente con toda la diligencia y transformar la cultura y las estructuras sociales todo lo que haga falta, para que sean plenamente coherentes con la realidad en que consiste cada uno de todos los seres humanos durante su ciclo vital completo.
Todo reinvento de un ser humano es un producto humano y está en un nivel de perfección inferior a cualquier ser humano, incluyendo al reinventador. No es justo atacar mortalmente a otro ser humano; si un error se hace común o si es declarado “derecho” por algunos, no se transforma en acierto. El fundamento de todo derecho es la realidad en que consiste un ser humano, el bien de su propia humanidad, de modo independiente a la situación que esté viviendo y a lo que esta implique a él y a quienes les rodean.
Desde el punto de vista intelectual, la eutanasia es uno de los mayores actos de violencia contra la inteligencia humana, al contradecirla en su dinámica más propia. Reitero lo dicho en representación de la Fundación Colombiana Ética y Bioética FUCEB, en el Noticiero de RCN, de las 11:30 p.m., el jueves 22 de julio -minutos 9:14-9:31-, un día de luto para Colombia por la imposición, por parte de seis magistrados de la Corte Constitucional, de la mayor ampliación de la destrucción de cuerpos de seres humanos con argumento de que sufren:
“No se puede decir que la acción con que la persona solicita que se le destruya y las acciones con que se le destruye, son dignas, cuando lo que se hace con esas acciones, el efecto que tienen, es la destrucción de quien sí es digno”.
Cada ser es exclusivamente él y no otro, pero no es totalmente él, en el sentido de que, mientras esté vivo, le falta alcanzar la totalidad de su razón de ser o mayor bien o perfección de su ser. En este sentido, en todo ser limitado hay una indeterminación parcial, por los cambios que pueden darse en sus modos de ser, con los que, si es un ser libre y sabe aprovecharlos, puede hacerse, mejor a sí mismo en ciertas perfecciones de su realidad, como se evidencia en el crecimiento de una persona en virtudes: todo ser tiende a su perfección, pero cada ser humano con uso de razón tiene la capacidad de aceptar o rechazar esta oportunidad, con todas las consecuencias que esto conlleva, en primer lugar para él, pero también para quienes reciben su influencia, inmediata o futura.
El conocimiento de un ser limitado es inalcanzable por él mismo y por otro ser limitado; por eso, con la eutanasia se destruye a un ser humano sin terminar de conocerlo y por lo tanto, sin ser plenamente consciente del bien que se destruye. El acierto en el ejercicio de la autonomía depende del conocimiento y este nunca es completa en un ser humano.
Mientras se esté vivo, se puede rectificar en lo más profundo del propio ser y se puede evitar hacer daño, pero precisamente porque sabemos por experiencia que la conducta física tiene un impacto espiritual, no debemos hacernos el mayor daño físico, ni a nosotros mismos ni a otros miembros de de la familia humana.
Una persona que pide la eutanasia está solicitando destruir lo que no termina de conocer, está despreciando no solo el bien que conoce de sí misma, sino lo que también es un bien en que ella consiste y no ha alcanzado a descubrirlo.
Ante ambos bienes, los conocidos y los desconocidos, respecto de la perfección que es cada uno, la reacción más perfectamente humana es el respeto incondicional al propio ser y la procura constante y creciente, de su mejor auto y heterocuidado: saber dejarse cuidar es saber amar porque es dar la oportunidad a otros de que se desarrollen plenamente como personas -que lo se logra amando cada vez mejor-, y se perfeccionen con ocasión de quien es cuidado y se deja cuidar por ellos; también así el sujeto de cuidado se hace mejor en cuanto persona, respecto al valor añadido de ser ocasión de que otros lo sean, que es también en lo que consiste una relación de amor.
Por ejemplo, amigo es quien ayuda a otro ser humano a que se esfuerce por hacerse mejor persona, en esto consiste ser un amigo fiel, pero también cualquiera que desee ser fiel o leal, con los que reciben el impacto de sus actitudes y acciones, incluso en las generaciones futuras, obra evitando cualquier riesgo de daño y procurando el mayor bien, para cada uno de los receptores de su acción.
También cada ser humano, por ser limitado, tiene unos modos de ser que varían mientras se mantenga vivo, entre los que suele ser posible, aunque no en todos ni durante el ciclo vital completo, la capacidad de percibir bienestar o malestar, que son referentes distintos a bien ser, o saber hacer de sí mismo el mejor ser posible, o mal ser en el sentido de decidir no dar la altura de valorar lo necesario para saber llevar a su plenitud o perfección, el propio ser.
Tal vez un ejemplo del desconocimiento que un ser humano tiene de sí mismo y de otro que pidió ser destruido con la eutanasia, sea que él más o menos sabe algo acerca de qué actos se impera a sí mismo obrar, pero desconoce un bien mayor que aquello de lo que es consciente que obra, y que es su propio acto de ser y la acción que hay en sí mismo que hace posible la continuidad de su ser y, con esto, toda otra acción de él, aquellas de las que es consciente y también otras de las que no lo es.
A un ser humano que no reconoce esto, se le debe auidar a superar su incompetencia para indagar, conocer, reconocer, tratar y convivir, también en las situaciones de placer, bienestar, de modo que logre hacerse mejor persona, crezca en virtudes, contextualice mejor el sufrimiento y en el proceso de morir, se interese por concoer y tratar libremente, con entera transparencia, al ser que le ha causado y le da razón de su ser y de todo lo que constituye el universo de lo limitado finito, como la energía y todo cuerpo inerte o vivo, lo limitado infinito como el espíritu humano.
En definitiva, si no se consiente a sí mismo vivir a Dios y dejarse vivir de Él, al ser humano le queda grande la tarea que tiene de usar bien su libertad gestionando asertivamente su propio ser, es incompetente para hacerse plenamente humano, con ocasión de todo lo que le suceda, ayudando a los demás a que también hagan realidad, hasta su fin natural, el sentido de su vida.
El ser humano posee una perfección que no está evidenciándose continuamente y que no por eso deja de tenerla.
Lo único que demuestran algunos “gestores de la vida humana” al consentir o no oponerse completamente a la eutanasia que es siempre una destrucción consentida de seres humanos víctimas de esta, con argumento de que sufren, es que tienen capacidad de hacer pero desaciertan con su ignorancia acerca de lo que es el mayor bien o perfección de cada uno, que es permanente durante el ciclo vital completo y después de la vida biológica, pero que requiere de la etapa biológica completa porque coincide con la capacidad de plenitud espiritual que se puede alcanzar con ocasión de esta.
Trabajar en la organización de la sociedad humana es distinto a organizar una manada que hace cosas para producir, consumir y sentir. En ningún momento de su vida un ser humano es un mero ejemplar veterinario, ni se convierte en esto cuando sufre: todo cuerpo vivo pertenece a su especie durante el ciclo vital completo.
No es justicia ni pluralismo, que un grupo de ignorantes sobre el bien en que consiste un ser humano y el sentido de su existencia, gozosa y sufriente cuando tiene sensibilidad, le imponga a una sociedad que valore como derecho la destrucción de seres humanos.
El pluralismo es el respeto al ejercicio entre múltiples alternativas de procurar el mayor bien posible y nunca incluye el daño a la integridad, salud, vida y pleno desarrollo de un ser humano, por eso es antitético de la eutanasia.
Nos hacemos mejores personas evitando la destrucción propia y de otros seres humanos.