El afán de la sociedad moderna se ha visto detenido por la pandemia. La desaforada carrera por alcanzar el éxito, la imperante necesidad de captar la atención de los demás, la sensación de estar conectados todo el tiempo, y esa percepción de compañía permanente que dan las redes, vienen causando un impacto en nuestras vidas que difícilmente hemos identificado en nuestra manera de vivir, sentir y ver el mundo.
El COVID-19, que ha cobrado la vida de más de 2,5 millones de personas en el mundo, y en Colombia ya la cifra ascendió a 66.482, en tan solo un año, ha traído consigo unas dinámicas diferentes de trabajar, estudiar, relacionarnos, e incluso de manifestar el afecto.
El virus ha evidenciado de manera contundente una problemática tan silenciosa como peligrosa: un extremado cansancio que se traduce en la mayoría de los casos en lo que denomina el filósofo surcoreano Byung Chul Han, la pandemia de la depresión.
Para este pensador, el coronavirus es la exacerbación de la crisis de la sociedad occidental, incluso desde antes de aparecer el virus, que ubica al ser humano en medio de presiones externas y lo castiga por no responder a ellas.
Esta sociedad exige resultados que superan las necesidades e incluso las capacidades. De ahí que el afán de la sociedad de la información, la globalización, la internet, la conexión y la interconexión nos obliga a estar enterados de todo, hacerlo bien y mejor, y si no lo logras, es tu culpa, y en últimas nos enseña a ser menos humanos.
Esta pandemia nos tiene en medio de cifras, que van más allá de ser simples números, porque nos impactan y nos afectan cada día más. Cada vez la muerte y la enfermedad son una realidad más cercana, con el nombre de alguien conocido, un famoso, un familiar, un compañero de trabajo, un vecino, un amigo, y esa sensación de vernos amenazados a cada paso y a cada encuentro que tenemos con el otro, nos ha convertido es seres más distantes, desconfiados y ensimismados.
La pandemia convirtió la virtualidad en la única forma de no perder el contacto con el otro. Sin embargo, no reemplazó la presencialidad y mucho menos el impacto que ésta tiene en la psiquis y en las relaciones sociales del individuo.
Chul Han advierte que los medios sociales acaban con el tejido social, con la comunidad. El ser humano no está para estar solo, las recurrentes cuarentenas, el aislamiento y ese permanente miedo al otro, a la muerte, a la enfermedad, al fracaso, a la ausencia, al abandono, al no retorno, y a la constante incertidumbre, se han apoderado de cada ser, de su mente y de su emocionalidad, causando estragos tal vez irreversibles en nuestra psiquis.
Es así como estudiar y trabajar desde la casa se ha vuelto, tanto para grandes como para chicos, en una prisión voluntaria. Tal como lo describe Byung Chul Han, el autor de la Sociedad del Cansancio, “es agotador el teletrabajo en solitario, pasarse el día sentado en pijama delante de la pantalla del ordenador. También nos agota la falta de contactos sociales, la falta de abrazos y de contacto corporal”.
Muchas son las personas que manifiestan que las jornadas de trabajo se han extendido más allá de los horarios normales y han ocupado todos los espacios de la vida cotidiana. Al igual, la casa se ha convertido en un aula de clase. Ambas situaciones impiden separar espacios, lo que genera grandes presiones, estrés y cansancio.
La pandemia nos está dejando sin piel. Sin la opción de tocarnos, de sentirnos y eso nos augura tiempos difíciles, más solitarios y con menos contactos, y, seguro más enfermos, incluso cuando llegue la pospandemia. El virus dejará secuelas, y no menos graves en nuestra psiquis.
Sin embargo, es posible sanarnos. Recuperémonos como seres humanos, capaces de reconocer al otro y de mirarnos frente a frente. Construyamos comunidades de abrazos, de empatía, de sonrisas. Reconstruyamos el tejido social, porque es el que nos salvará.
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