Resumen: Medellín: ¿Ciudad de todos o de unos pocos? Nuevo escándalo por prohibiciones arbitrarias en espacios públicos.
Fue este el lema o estribillo que resonó en la ciudad de París en plena manifestación de mayo del 68 francés; profesores y estudiantes hartos de tanta prohibición, decidieron salir a las calles y paralizar la educación pública, y privada, hasta que se repensaran los métodos educativos sujetos a una cantidad de reglas que iban en contra de las libertades humanas. Y es que muchas generaciones fuimos “educados” bajo el régimen de la prohibición, no solo en la casa sino también en la escuela y en la calle. Era normal escuchar todo el día el mismo sermón; no toque eso, no mire, no suba, no grite, no pregunte, no entre, no brinque, no corra, no deje eso ahí, … en fin, un mundo de prohibiciones que condicionaron nuestras vidas, y nos complicaron el volver a confiar en una sociedad que nos prohibió muchas cosas y que a la vez nos inculcó un miedo terrible hacia otras.
Les cuento que, cuando creíamos que habíamos superado tanto prejuicio, la ciudad volvió a ser noticia nacional, porque, según unos pocos, en Medellín está prohibido caminar por algunas calles sin autorización, sí, sin saberse cómo ni cuándo, han ido privatizando la ciudad ¡Volvimos al mundo de lo prohibido!
Resulta que el jueves de la semana anterior, “cuando un joven iba junto con su hermana, una joven de 18 años, rumbo a un restaurante de Provenza donde los estaban esperando familiares y amigos les prohibieron seguir. Cuando iban camino para el local, a la pareja de jóvenes los interceptó un vigilante de seguridad privada y les dijo que no podían seguir caminando por esa calle porque la vestimenta de la mujer no era la apropiada. A menos que se baje la falda o entre usted solo…” El Colombiano, septiembre 22/24. Preocupante saber que un vigilante, de esos mismos que en las porterías de las EPS (Entidad Promotora de Salud) deciden quien está enfermo y quien no, les haya prohibido el paso a estos jóvenes por una calle pública que pertenece a todos, ningún agente privado nos puede prohibir la circulación. La ciudad es de todos; nadie, absolutamente nadie tiene derecho a discriminar y sobre todo a decidir quién habita y quién no, en el espacio público.
De mi parte, considero que las autoridades deben intervenir y no permitir que los particulares, con sus asociaciones privadas, se vayan apoderando de algunos espacios públicos de la ciudad, repito, la ciudad es de todos. No puede ser que algunas personas coadministren la ciudad y decidan, por encima de la ley, quien pasa y quien no. Increíble pensar que en pleno siglo XXI, se estén creando guetos donde solo habitan los que se parecen; es decir, se discriminan los pobres por el hecho de ser pobres, y, así poco a poco se van estigmatizando algunos sectores de la ciudad. La forma de vestir no puede ser motivo de discriminación, no se debe cuestionar a los árabes por sus vestidos, a los hindúes por su colorido, a los indígenas por sus atuendos y a muchos grupos étnicos más. La condición humana de cada individuo lo lleva a vestir como él cree que está bien; es claro que cada uno ve en la ropa del otro lo que quiere ver e imaginar.
“Todo colombiano, con las limitaciones que establezca la ley, tiene derecho a circular libremente por el territorio nacional, a entrar y salir de él, y a permanecer y residenciarse en Colombia”. Constitución Política de Colombia, artículo 24. No estoy de acuerdo, y nunca lo estaré, con que a la ciudad le pongan cercos con la excusa de buscar seguridad, cuando en realidad lo que se hace es discriminar. La seguridad y las buenas prácticas sociales no deben ser de unos pocos, se debe garantizar la seguridad para todos en general. Ahora, “el hábito no hace al monje”, la pinta de ventero ambulante, de gamín, prostituta, de malo o bueno no existe; existen, por ejemplo, ladrones bien vestidos, ¡entonces! Ojo, poco a poco nos han ido privatizando las playas en el mar Caribe y, ahora quieren hacer lo mismo con algunas zonas de la ciudad, no, no se puede permitir, lo público es de todos.
Yo hago parte de esa generación de los remiendos en los pantalones y no me apena decirlo, mi madre tenía en una caja de cartón, retazos de todos los colores para remendar la ropa de todos mis hermanos y la mía. Éramos remendados, pero limpios de alma, mente y espíritu. Imposible negar que los más pequeños heredábamos la ropa de los hermanos mayores, era la época en que en el barrio compartíamos y jugábamos hasta altas horas de la noche sin peligro alguno. Eso sí, por ser remendados no éramos menos que nadie.
Como anécdota final de la discriminación “legal”, recuerdo que, siendo niño, años setenta, algunos amigos de mis hermanos mayores eran de cabello largo, algo prohibido, ¿dónde?, ¿por qué? No sé. Recuerdo que los policías daban rondas por los barrios a pie, esto porque eran muy pocas las patrullas o bolas, como se les decía a esos carros; eso sí, mechudo que veían en la calle se lo llevaban en la bola para la estación de policía y allá lo tusaban. Y es que los hombres éramos de cabello corto y las mujeres de cabello largo, una imposición social, ¡ah!, hace muy pocos años las mujeres se pudieron poner pantalones (bluyín) o slacks, (pantalón de mujer que llega hasta los tobillos). Por favor no más discriminación. Prohibido prohibir.
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