Muchos femeninos de cargos y profesiones no se empleaban porque no había mujeres ejerciendo esos empleos. EFE

El femenino de las profesiones es una cuestión solo aparentemente sencilla. Las reglas gramaticales predicen muchos casos, pero no se aplican con igual regularidad en todos.

Además, en este y en otros temas en lengua entran en juego una serie de consideraciones sociales, que muchas veces distan bastante de ser materia lingüística.

Empecemos por el que, en teoría, debería ser el caso más sencillo, la norma que prescribe que los masculinos acabados en -o hacen el femenino en -a: de «maestro», «maestra»; de «abogado», «abogada».

Pronto encontraremos que el mismo hablante que de «maestro» dice «maestra» empleará el femenino «médica» con menor frecuencia que «doctora» y vacilará con los femeninos de «piloto» o «perito», aun cuando la regla es la misma en todos estos casos.

Otro gran grupo de sustantivos son los acabados en -e, que suelen ser comunes en cuanto al género, esto es, tienen una sola forma para los dos géneros gramaticales y marcan la diferencia con los determinantes y adjetivos, «el/la conserje».

Un subgrupo de los terminados en -e son los que acaban en «-ante» o «-ente», que también suelen ser comunes, como «el/la dibujante».

Igualmente sucede con los acabados en -i, -u, -ar, -er, -ir, -ur, -l o -z («el/la maniquí», «el/la gurú», «el/la militar», «el/la sumiller», «el/la cónsul», etc.). Mientras que los que acaban en -or, -n y -s añaden normalmente una «a» («escritora», «guardiana» o «diosa»).

Con muchas de estas terminaciones el femenino adecuado se mantiene invariable y deja las marcas de género para los determinantes y adjetivos.

Sin embargo, la evolución natural de muchas de estas voces es que de ser comunes pasen a tener una forma específica para el femenino: que del masculino «el juez» se llegue al común «la juez» y, de este, a la forma plenamente femenina «la jueza» (sin que la variante común pase a ser incorrecta). Opción que la gramática permite y que, desde luego, no es insólita.

El típico argumento que se suele esgrimir en contra de esta evolución es que son voces que tienen una menor tradición y documentación en nuestra lengua.

No porque esta afirmación sea cierta para algunas voces se convierte en un argumento necesariamente válido: muchos femeninos de cargos y profesiones no se empleaban porque no había mujeres ejerciendo esos empleos. No existía ninguna necesidad de nombrarlos.

En otros casos sí que contamos con femeninos con tradición en español: «infanta», «sirvienta», «regenta»…, llevan siglos en nuestros diccionarios. Pero formaban parte de ellos con distinta fortuna: con «regenta» se aludía a ‘la mujer del regente’; mientras que con «sirvienta» sí que se nombraba a ‘la que sirve’ y no ‘la mujer del que sirve’.

Gran parte de las novedades que estas voces han experimentado han estado relacionadas no tanto con admitir como válida su morfología, lo que ya se hizo hace siglos, sino con actualizar su significado. «Presidenta» figura recogida desde 1803, pero hoy tiene como primera acepción ‘que preside’ y no ‘mujer del presidente’, como se definía primero entonces.

Estos datos, sin embargo, están lejos de zanjar la cuestión. Muchas voces se alzan hoy en día en contra de la feminización de los cargos.

Algunos aducen supuestas razones de morfología histórica (curiosamente lo hacen en contra de femeninos como «presidenta», pero no contra «sirvienta» o «parturienta»); otros ven en ellos un ejemplo más de la corrupción del español (sí, les voy a dar unos segundos para que digan «entonces tendremos que admitir estudianta y cantanta, ¡adónde vamos a llegar!»); otros, y otras, conocen la forma en femenino, saben que es adecuada, pero no la emplean («yo soy arquitecto o ingeniero; no arquitecta, ni ingeniera»).

Pues yo soy filóloga y desde la Fundéu trabajamos por ofrecer una forma en femenino, una alternativa válida para quien la quiera porque creemos que es tarea de todos normalizar estos términos, usándolos con confianza en la lengua y con respeto por las personas que hay detrás.

El masculino genérico es, desde luego, otra cuestión, pero, en lo que aquí nos atañe, nombrar a las mujeres con los masculinos de las profesiones configura en la mente del receptor un panorama que no siempre es el más ajustado a la realidad.

Hace unos días un estudio de arquitectura ganó el prestigioso premio Pritzker. La mayoría de los medios titularon «Los arquitectos catalanes recibirán el Pritzker, considerado el Nobel de la Arquitectura», «Los arquitectos catalanes Aranda, Pigem y Vilalta, Premio Pritzker 2017» o «El jurado premia por primera vez a tres arquitectos españoles».

Permítanme una pregunta: ¿al leer estos titulares han imaginado a una mujer entre los galardonados? No se preocupen, por fortuna la noticia llevaba foto. Y es que a veces, sobre todo para los más inmovilistas, una imagen vale, en efecto, más que mil palabras.

Por Judith González Ferrán

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Redacción Minuto30

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