Resumen: Carlos Andrés Pérez, pionero de la consultoría política en América Latina, comparte su experiencia de más de 20 años en la región y reflexiona sobre la evolución de la profesión, destacando los desafíos y la integración con publicistas y periodistas en la gestión de campañas y gobiernos.
Carlos Andrés Pérez se formó como consultor en España y Alemania, hace parte de la primera generación de consultores políticos de América Latina que no salieron de otras disciplinas, sino que se prepararon específicamente para ayudar a ganar campañas y a hacer buenos gobiernos, sus antecesores venían -la mayoría- del mundo de la publicidad. Sus más de 20 años como consultor los ha trabajado en toda la región, pasando por la mayoría de países desde México hasta Chile.
¿Le han tocado muchos cambios en la consultoría política?
Muchísimos, empezando por el reconocimiento del oficio, al principio se pensaba que lo que podía hacer un consultor era lo mismo que habían hecho los publicistas o periodistas contratados en campañas o gobiernos. Fue difícil darle el lugar a la consultoría política, demostrar que la publicidad y la comunicación seguirían y eran importantes, pero no lo eran todo.
En esa transición, ¿cómo le fue con los publicistas y periodistas?
No fue fácil tampoco, muchos veían a los consultores como una amenaza, como alguien que llegaba a quitarles el trabajo o el protagonismo que tenían, fue un proceso en el que poco a poco fuimos acoplándonos y hoy no se concibe una campaña o un gobierno sin esa tríada.
Con esa evolución también llegaron las nuevas formas de comunicar…
Por supuesto, por ejemplo en mi primer libro, publicado en 2005, hablaba de cómo usar el fax en las campañas, hoy esos aparatos están en los museos. A mi generación le tocó hacer la transición entre la política de masas en persona a la de masas virtuales…
¿Con Twitter, Facebook, Instagram?
Con SMS primero y ya luego sí con las redes sociales que le dieron un vuelco a la manera en la que los dirigentes se relacionan con los ciudadanos. Trajo ventajas muy grandes, acercó la política a la gente, los hicimos parte de nuestro día a día, para bien y para mal.
¿Explíqueme eso de ‘para mal’?
Pudimos darnos cuenta que los políticos eran seres humanos de carne y hueso, tal cual como nosotros, por muy caudillos que fueran. Pero también empezamos a saber de sus debilidades, muchas por su condición humana, y lo peor de esto es que quienes se encargaron de exponerlos fueron los mismos políticos, se volvió una carrera a ver quién sacaba más cosas negativas del otro, y eso trajo una consecuencia terrible.
¿Cuál?
El triunfo de la mentira. Ya las elecciones no las ganan las propuestas de los candidatos, ni siquiera el carisma que puedan tener, hoy gana quién mueva las fibras más negativas del votante, sin importar si para moverlas se recurran a los cuentos más retorcidos. Hace poco hablaba con unos colegas sobre esto y uno de ellos se lamentaba de cómo algunos en las nuevas generaciones de consultores se han dedicado a insistirle a sus clientes que la campaña se gana llenando al elector de miedo hacia el contrincante.
¿Cree que eso puede revertirse?
En el inmediato futuro no lo creo, porque es algo que da resultados: les permite a los políticos y consultores inescrupulosos llegar más rápido a gobernar, tan fácil como decir que el oponente es comunista o pedófilo. Ellos saben que el tiempo en campaña es muy corto y que en la sociedad en la que vivimos prima más el escándalo. Es la misma lógica de los reality shows.
¿Cómo?
En los reality shows el participante más grosero, abusador o agresivo es el que más rating consigue, por eso los sacan de últimos. Con la diferencia de que los candidatos que emplean esas técnicas ya no se van a poder desligar de eso, seguirán gobernando de la misma manera, necesitarán seguir polarizando durante todo su mandato, para ser viables.
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