El discurso de Gustavo Petro desde el balcón de la Casa de Nariño, el pasado primero de mayo, deja claro algo muy grave y es que si sus reformas a la salud, pensional, laboral no son aprobadas en el Congreso de la República, el país arderá y padeceremos nuevamente lo que hace unos días, inconvenientemente, se celebró y que ha sido llamado el estallido social. Petro lo llama “revolución”.
Colombia estaba advertida. Petro jugó, de alguna manera, con las cartas visibles y cuando se dedicó a evitar que Duque gobernara con tranquilidad, y promovió que la Primera línea (la muy admirada por la Vicepresidenta Francia Márquez) se tomara las calles y el miedo se apoderara de la población, mostró cuál es el camino que le gusta, ese en el que solo una voz es escuchada y es la suya.
Con su discurso, que nos recuerda a Chávez, Petro eleva el tono y entra en confrontación con todo el que no lo apoye y lo gradúa como enemigo. Su estrategia es clara, quien no esté conmigo está contra mí y los áulicos serán mi defensa en las calles, quienes gritarán y exigirán el cambio por el que votaron, un cambio que impondrán por las malas, un cambio con miedo.
Petro se alimenta de la polarización, es su elixir y la única manera de mantener su relato. Lo expresamos en diferentes escenarios, la reforma política era la menos importante y por ello dejó que se cayera, pero cuando ve que las demás, salud, pensional, laboral, no cuentan con el respaldo del legislativo, primero sacrifica a algunos de sus peones y uno que otro alfil y revuelca el gabinete, para después y eso sí, antes de irse de viaje a reunirse con la monarquía española, caldea los ánimos y nos deja claro lo que sigue: la revolución.
Colombia y su democracia, la más estable del continente, está en riesgo. Ya vimos como en Venezuela, Bolivia, Nicaragua y claro, el referente de los “revolucionarios” Cuba, los egos mesiánicos, como el de Petro, se perpetuaron en el poder y llevaron a sus países a la pobreza. La revolución de Petro no es más que una excusa para promover su propio interés y atornillarse en el poder.
Colombianos, las calles no son solo para ellos. Nuestro país, que tanto ha padecido a lo largo de su historia, no puede arrodillarse ante un figura que quiere ponernos en jaque e imponernos reformas a todas luces inconvenientes. Es ahora cuando debemos unirnos.
Colombia no puede convertirse en el objeto que Gustavo Petro manosee a su antojo buscando satisfacer sus deseo personal de nación.
PS: Nuestro llamado a una Antioquia Federal y grande otra vez, es decir, una Colombia Federal, precisamente busca que los temas sensibles como la salud sean gestionados por cada territorio de acuerdo a sus particularidades. Bajo un modelo federado, la revolución de Petro sería simplemente una idea en su cabeza que no pondría en peligro al país.