
Resumen: ¡De la aguamasa a la reflexión! Un relato personal sobre la cerveza, el dilema de los impuestos y la necesidad de educar sobre el consumo responsable.
Me gusta la aguamasa. Hace muchos años visitó mi casa un primo que venía de la Región del Urabá antioqueño, se quedó varios días, una tarde salimos a caminar por el barrio; después de mucho andar por todos lados, empezamos a sentir calor y bochorno, decidimos entrar a un cafetín con el ánimo de tomar algo; mi primo le preguntó a la señora que nos atendió si tenía aguamasa, la señora, perpleja y sorprendida, lo miró fijamente a los ojos sin saber que decir.
De inmediato, mi primo le dijo que se refería a la cerveza, él y varios compañeros de trabajo llamaban así a la refrescante bebida de cebada; ese día aprendí que a la cerveza también le decían aguamasa, fue así como en esa misma mesa me declaré aguamacero. ¡Claro, admito que me gusta la cerveza, la aguamasa! Pasado algún tiempo le conté aquella anécdota a un amigo, quien maravillado con mi cuento no paraba de reír, desde ese día la idea le sonó pareciéndole curiosa, llamándome, de vez en cuando, para decirme “vamos a tomarnos unas aguamasas bien frías”. No me considero un borracho y menos un alcohólico, pero, imposible negar que me encanta la cerveza, tal vez heredé ese gusto de mi padre que tanto la consumía, siempre con moderación.
Cuando niño escuché decir que la cerveza era para machos, no para las mujeres, recuerdo que las mujeres tomaban ron con Coca-Cola, mientras los hombres degustaban una cerveza o, los más osados tomaban aguardiente. Con el paso del tiempo, y, en plena transición de los años ochenta a los noventa, del siglo anterior, las cosas cambiaron y las mujeres empezaron a tomar cerveza, siendo hoy, por estadísticas, más cerveceras que los hombres.
Como cosa rara en Colombia, el tema de los licores está asociado a las rentas (impuestos), los licores representan un rubro esencial para el Estado, especialmente para los Departamentos, lo que traduce que, a mayor consumo de licor más dinero tributado, es decir, más dinero en impuestos; por lo anterior no le queda bien al presidente y menos a los gobernadores hacer campañas de moderación al consumo de licores, si lo que se necesitan son impuestos.
¡Qué dilema!, algún día escuché decir que si los borrachos dejaban de beber no habría con que pagar la nómina de los profesores. Es una paradoja saber que los entes territoriales tienen una fuente de ingresos de algo que les causa problemas sociales, no podemos negar que en medio del licor y este mezclado con otras sustancias ha producido muchos muertos y tragedias familiares.
Quiero dejar claro que en ningún momento estoy haciendo apología (defensa) al licor y menos invitando al consumo. El problema no está en el licor sino en quienes lo consumen y en cómo lo consumen, uno puede leer un buen libro acompañado de una copa de vino, una cerveza y, algunos preferirán un Whisky, no se trata de emborracharse, no, sino de estar tranquilo o relajado un rato. No me simpatizan las personas que reniegan del licor aduciendo nunca beber, considerándose muy decentes, y pasan los días y uno no los ve ebrios sino borrachos, no es lo mismo estar ebrio que borracho.
Está escrito en la historia que los griegos, en la antigüedad, consumían vino mientras tertuliaban en el ágora, poco a poco se iban embriagando y, al intentar ponerse de pie se daban cuenta que el mundo se les movía y que se les dificultaba caminar rectamente. Pensaron entonces que estaban poseídos por un dios al que llamaron Dionisio, el mismo que los romanos denominaron Baco, dios del vino; para los griegos estar embriagado era estar poseído por un dios que soltaba su lengua y les permitía hablar con mayor fluidez, así era como los diálogos entre filósofos tenían elocuencia y verbosidad. Debo aclarar que no todos tomaban vino; dicen los libros que Sócrates era un gran consumidor de vino, aunque nunca estuvo borracho.
La Organización Mundial de la Salud, advierte que el abuso en el consumo de alcohol provoca pérdidas incalculables, las cuales se ven reflejadas en accidentes de tránsito, violencia intrafamiliar, ausentismo laboral, deterioro de las capacidades cognitivas, cirrosis y muchas otras más. No es cuestión de prohibir y prohibir, tampoco poner etiquetas en los productos donde se anuncie lo malo del consumo de alcohol, esto es cuestión de educación.
Estoy de acuerdo en que nadie debería beber, pero, cómo detener algo simplemente prohibiéndolo, no, la idea es educar las futuras generaciones a ser moderados y respetuosos. Todo en exceso es malo, cuando se tiene el hielo mucho rato en tus manos ya no refresca, sino que quema, echarle mucha agua a una planta la puede matar, la grasa en abundantes cantidades es mala al igual que el azúcar y así sucesivamente.
Para terminar, me parece insólito que los ciudadanos deban beber para generarle ganancias al Estado, repito, con que autoridad moral puede un gobierno de turno salir a decir que no beban o prohibir el licor si por dentro está añorando que beban para conseguir mejores dividendos.
En mis años de experiencia he sabido de ebrios y borrachos, con decir que me han tocado presidentes, alcaldes y gobernadores borrachos, borrachos… Una buena cerveza para la sed o acompañar una comida puede ser algo bueno, lo malo está en tomar no una sino muchas, no embriagarse sino emborracharse y luego salir a poner problemas por todos lados.
“Quise ahogar las penas en alcohol,
pero las condenadas aprendieron a nadar”.
Frida Khalo
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