Volvemos a sentirnos tan vulnerables y tan impotentes ante las adversidades como hace un año, y no hay lugar a dudas, que esta tercera ola del virus que azota a gran parte del mundo, nos mantendrá en confinamiento parcial por un largo tiempo. Y si bien esto afecta a grandes y chicos, el impacto del COVID-19 en los niños y las niñas, aún parece que lo desconocemos y tal vez, solo sabremos de sus efectos en el transcurso de los años.

Es por ello que, a propósito de abril, mes de los niños y las niñas, quiero llamar la atención frente a un silencioso problema que ellos y ellas están viviendo en sus propias casas, al lado de sus propias familias, de sus propios padres y madres, en medio de sus juguetes o de sus cuadernos, y pese a esto, padeciendo los rigores de la soledad y de lo que puede significar el silencio que la envuelve.

Es de conocimiento público que la pandemia ha develado un incremento de violencia intrafamiliar, que afecta de manera directa a niños y niñas, pero que además, está comprobado que, cuando se ejerce contra otro miembro de la familia, impacta de igual manera su salud mental y física.

De un lado, el cierre de las instituciones educativas obligó a compartir el espacio de la casa con padres, madres y demás familiares; y a hacer del hogar un aula de clase, una oficina de trabajo, un patio de recreo, un lugar de encuentro, de descanso, y todas las demás dinámicas propias que allí se desarrollan.
Los niños y las niñas sin distingo de estrato están soportando grandes cargas emocionales causadas por estas y muchas otras razones, entre ellas los problemas económicos que sufren los adultos, y que, por supuesto han afectado, con mayor rigor, a los hogares más pobres.
El cierre de las instituciones educativas, lugar por excelencia de socialización, ha dejado de ser también ese espacio protector, donde en muchas oportunidades se identifican muchas de las problemáticas de maltrato, violencia contra los menores de edad; y problemas de salud mental, de comportamiento y emocionales que los afectan por situaciones vividas en sus hogares.

La niñez, en esta pandemia, ha padecido no solo de la soledad física, por no contar con la presencia de sus compañeros de juego, de sus pares de la escuela, de sus maestros. Hoy, pese a estar en casa, a los niños y niñas, les falta acompañamiento emocional y afectivo, para identificar los problemas de salud mental que puedan estar acumulando, por causa de cualquier tipo de violencias.

De acuerdo con el informe de la Unicef 2020, la crisis de la pandemia incrementó la vulnerabilidad de la infancia, disminuyendo los factores de protección ante la violencia física, psicológica y sexual a la que se exponen en su hogar los adolescentes, niños y —especialmente—las niñas.

Ante este panorama, poco alentador, nos corresponde como sociedad comprometida y responsable con el futuro de las próximas generaciones, promocionar, de manera contundente, los derechos de niños, niñas y adolescentes.

Convertir las Comisarías de Familias en lugares donde la atención a la infancia y a la adolescencia sea una prioridad, con un mayor número de profesionales dedicados a la atención psicosocial, dotarlas de mayores recursos económicos y técnicos.

Promover una atención diferencial en las instituciones de salud, que permita identificar más allá de sus enfermedades físicas, las que los aquejan emocional y mentalmente. Es una responsabilidad garantizar una vida sana a todos los niños y las niñas de la ciudad.

Las rutas de atención están hechas para utilizarse en favor de la niñez. Para denunciar delitos en su contra. Promocionarlas y darlas a conocer a toda la ciudadanía a través de todos los medios de comunicación y demás herramientas es parte de nuestra tarea, con ella podemos salvar muchas vidas, la integridad y la emocionalidad de los adultos del futuro.

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La opinión del autor de este espacio no compromete la línea editorial de Minuto30.com

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Redacción Minuto30

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