Peso argentino/PixaBay

Moneda argentina/PixaBay

La moneda que reemplazó en 1992 al Austral, el peso argentino que en su momento equivalía a 10.000 australes, ahora sufre un declive, que lo pone como la moneda que más bajó en el 2018 frente al dólar. En lo que va de año, la caída frente a la moneda estadounidense es del 98%, un reflejo de las dudas que genera el país en el mercado y de una fuga de capitales que se ha agravado en los últimos meses y que el Gobierno no logra frenar.

El abrupto retroceso de un 34% de la moneda argentina en agosto, que llevó al presidente Mauricio Macri a anunciar esta semana un acuerdo con el Fondo Monetario Internacional (FMI) para acelerar el desembolso del préstamo ya pactado en mayo, han sido los últimos episodios de una crisis financiera que mantiene en vilo al país.

Pero esta nueva bajada del peso no es producto de nuevas circunstancias, sino una constatación de que no han sido suficientes las medidas que puso en marcha el Gobierno cuando los inversores comenzaron a cuestionar que Argentina pudiera hacer frente a los vencimientos de deuda, explicó Ignacio Carballo, profesor de la Universidad de Buenos Aires y la Universidad Católica Argentina.

El tipo de cambio se mantuvo estable en los primeros cuatro meses del año, con una ligera alza que acompañó e incluso se mantuvo por debajo de la elevada inflación que tiene el país; hasta que a finales de abril se inició una «corrida cambiaria» con la subida de tipos de interés en Estados Unidos como principal detonante.

La decisión de la Reserva Federal golpeó a buena parte de Latinoamérica y los países emergentes, pero en Argentina fue el inicio de una caída libre que hizo ceder al peso un 21,6% en apenas dos semanas, en una tendencia que se ha mantenido hasta el momento.

La política del Banco Central fue «completamente intermitente» frente a estos movimientos, con algunas jornadas de fuerte venta de dólares y otras de inacción, cuyo único resultado ha sido un importante descenso de las reservas sin lograr alterar la devaluación.

El Gobierno también ha mostrado estos «titubeos» que, en opinión de Carballo, son una de las causas de que a los prestamistas e inversores se les haya «agotado la paciencia» con Argentina.

A los factores que dificultan lograr la calma de los mercados, como el déficit fiscal crónico de Argentina o su historia reciente de cíclicos fracasos económicos, se suma que Macri ha jugado todas sus cartas a una apertura económica total en un contexto internacional «desfavorable».

Desde el inicio de la devaluación en abril, sucesos externos como la crisis de la lira turca han desatado nuevos derrumbes del peso, pero todos tienen en común la falta de «algo tan endeble» como la confianza, la única variable en la que ha basado su proyecto económico el Ejecutivo, apuntó Carballo.

Para contener esta huida permanente de activos del país, el Banco Central ha vuelto a subir los tipos de interés (una medida que hasta ahora ha tenido un escaso efecto) hasta el 60%, una elevadísima cifra que supone un lastre para la economía real.

Desde la Casa Rosada (sede de Gobierno), tras dos años defendiendo el «gradualismo» en los recortes de gasto, la apuesta es acelerar el ajuste fiscal para recuperar confianza y reducir las emisiones de deuda, que Macri ha multiplicado para cortar la emisión monetaria y la inflación, y resultan cada vez más costosas.

Pero este plan llega en medio de un severo empeoramiento del escenario macroeconómico: en junio, el último mes del que hay registros, el PIB cayó un 6,7% interanual, y para 2018, que el Gobierno comenzó con una proyección de crecimiento de alrededor del 3%, ya prevé una caída del 1%.

Cada escalada del dólar dispara la inflación (el objetivo este año era del 15% y ahora las previsiones del 35% son vistas como optimistas), en contraste con la política de embridar los salarios, lo que ya está teniendo consecuencias en la actividad y el consumo.

Además, en 2018 Argentina se ha visto afectada por una fuerte sequía que disminuyó las ventas al exterior de productos primarios, el principal complejo exportador del país y fuente de divisas.

En ese contexto, unas directrices económicas más contractivas alargarán una recuperación económica que se postergará, al menos, hasta bien entrado el próximo año.

Sin embargo, Ignacio Carballo aseguró que esta situación «no tiene nada que ver» con la crisis de 2001, cuando regía la paridad euro-dólar, y la certeza de que ese sistema se abocaba a su fin desató una ola de pánico y una fuga de depósitos que llevó al «corralito».

EFE y Minuto30

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