Jocelyn Pascua, una filipina de 30 años, ha tenido que esperar cuatro meses para poder acudir a una clínica de planificación familiar en Manila y cambiar su implante subcutáneo anticonceptivo que caducó en abril, una espera marcada por la preocupación de engendrar otro hijo que no se puede permitir.
Debido a las dificultades de acceso a métodos anticonceptivos por la crisis de COVID-19, Filipinas aguarda un «baby boom» en 2021, con más de 2 millones de nacimientos -la cifra más alta en dos décadas-, que previsiblemente hará que el país supere la barrera de los 110 millones de habitantes.
El estricto confinamiento impuesto en amplias zonas de Filipinas para contener el coronavirus, la restricción de movimientos y la suspensión del transporte impidieron a Jocelyn recorrer los 30 kilómetros que separan su ciudad, Cavite, donde no hay clínicas de planificación familiar gratuitas, de la capital.
«Mi esposo trabajaba en la construcción y se quedó sin empleo por la pandemia. Estos meses prefería ahorrar dinero para dar de comer a mi familia que gastármelo en transporte para venir aquí», cuenta a EFE Joceyn, que ya tiene tres hijos, desde la clínica Likhaan de Tondo, el distrito más pobre de Manila.
EMBARAZOS NO PLANIFICADOS
Allí el trasiego de pacientes ha aumentado en las últimas semanas a raíz de que Manila relajara ligeramente la cuarentena, con mujeres que, como Jocelyn, desean ponerse al día con los retrasos en anticonceptivos, aunque muchas ya están embarazadas y buscan una atención médica que los hospitales públicos de la capital, desbordados por la COVID-19, no pueden brindar.
Un estudio conjunto de la Universidad de Filipinas y el Fondo de Población de la ONU apunta que la pandemia ha provocado unos 220.000 embarazos adicionales no planificados en el país -fundamentalmente en las comunidades más desfavorecidas- y, si la cuarentena se prolonga hasta final de año, esa cifra podría llegar a los 750.000, el 15 % entre menores de 20 años.
A nivel mundial, la ONU estima que 47 millones de mujeres perderán el acceso a la anticoncepción por culpa de la pandemia, lo que podría resultar en 7 millones de embarazos no deseados. En Filipinas, el Gobierno calcula que 3,7 millones de mujeres han visto interrumpidos sus servicios de salud reproductiva y 400.000 los abandonarán por completo.
«Ha habido un pico de solicitudes para chequeos prenatales, algo que me ha sorprendido. Cuando hablo con estas nuevas pacientes me cuentan que el embarazo se debe a la cuarentena. No pudieron mantener el tratamiento anticonceptivo durante la pandemia, tuvieron relaciones sexuales y quedaron embarazadas», explica a EFE Mark Calsona, trabajador social de Likhaan.
Es el caso de Aileen Joktown, de 27 años y embarazada de cuatro meses, que ya tiene dos hijos de 10 y 6 años. «El hospital más cercano a mi casa está cerrado y otros no aceptan pacientes que no sean de COVID. Estaba muy preocupada, no sabía dónde podría dar a luz hasta que una vecina me recomendó Likhaan», contó a Efe mientras esperaba su turno para su primer chequeo desde que se quedó en cinta.
«Cuando nazca el bebé, me pondré un implante anticonceptivo -su efecto dura tres años-, porque no quiero más hijos», confiesa Aileen ante las dificultades para sacar adelante una familia numerosa en Baseco, una de las barriadas de chabolas más grandes de la capital, agravadas por la pandemia ya que su marido ha perdido el empleo.
Según Calsona, las filipinas de las comunidades pobres sufren una «doble carga» en esta crisis: «Por un lado tienen miedo de ir al hospital a por anticonceptivos ante el riesgo de contraer COVID-19, pero por otro tienen miedo de quedar embarazadas por la inseguridad económica que atraviesan».
De las 1.000 pacientes que la clínica de Tondo atendía mensualmente antes de la pandemia, en julio no llegaron a 700. Un patrón que se repite en los otros cuatro centros de Likhaan en el área metropolitana, institución pionera en brindar servicios de salud reproductiva gratuitos desde hace dos décadas, cuando hablar de anticonceptivos en Filipinas era un tabú.
EMERGENCIA NACIONAL
Filipinas es uno de los países de Asia con una tasa de natalidad más elevada -2,92 nacimientos por mujer- con especial incidencia de embarazos adolescentes, un problema social que el año pasado el Gobierno declaró «emergencia nacional».
En la última década 1,2 millones de niñas filipinas de entre 10 y 19 años han tenido al menos un hijo, una tendencia al alza: en 2002 el 6,3% de adolescentes quedaron embarazadas, mientras que en 2013 fueron el 13,6%, según datos de la Comisión de Población y Desarrollo (POPCOM).
A la luz de estas cifras, el Gobierno emprendió el año pasado una campaña para prevenir esos embarazos adolescentes, que juegan un importante papel en perpetuar la pobreza, ya que las chicas deben abandonar sus estudios y cuando entran al mercado laboral ganan el 87 % del salario medio de otras jóvenes de su edad.
«Habrá al menos un embarazo por cada tres mujeres sin acceso a anticonceptivos durante la pandemia», apuntó Juan Antonio Pérez, director de POPCOM, que teme que los recientes esfuerzos por expandir los servicios de salud reproductiva, especialmente entre adolescentes, se vayan al traste por la COVID-19.
Es un cambio novedoso en Filipinas, donde el acceso a los anticonceptivos o la educación sexual han sido inexistentes durante décadas, ya que los sucesivos gobiernos sucumbieron a las presiones de la Iglesia, institución muy influyente en el país con más católicos de Asia, el 80 % de la población.
«La moral católica domina la ley filipina pese a la separación Iglesia-Estado y la Iglesia lleva años difundiendo desde el púlpito bulos sobre los anticonceptivos, como que provocan cáncer, y promoviendo la abstinencia como única prevención», cuenta a Efe Sabrina Gacad, profesora de la Universidad de Filipinas de estudios sobre la mujer, especializada en salud reproductiva.
Gacad lamenta que la «cultura conservadora, patriarcal y machista» ignore todavía hoy el hecho de que «las mujeres tengan deseo sexual y quieran disfrutar de su propio cuerpo», lo que hace que muchas familias no eduquen a sus hijas en sexualidad y éstas se inicien en el sexo asumiendo riesgos.
Sara Gómez Armas
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