La transformación urbana de Medellín inició hace casi 30 años. Sin embargo, la recuperación y reconstrucción de su espacio urbano ha traído consigo un aumento desmedido del valor de los arriendos y las viviendas, forzando a miles de personas a mudarse a sectores más al alcance de su bolsillo, por lo general las barriadas de las laderas de la ciudad o sus corregimientos. Este fenómeno se conoce como «gentrificación».
Más que un proceso de transformación urbana, la gentrificación se ha convertido un problema clave en el desarrollo de las grandes ciudades; problema que va de la mano con otros procesos y problemáticas como la globalización, la exclusión social y económica, el uso, privatización y comercialización del suelo y las relaciones entre Estado y ciudadanía.
Los modelos de análisis de la gentrificación hacen énfasis en tres aspectos fundamentales: 1) la urbanización de áreas rurales o semiurbanas o rurales que desplaza a sus habitantes anteriores para dar paso a habitantes con mayor poder adquisitivo (vivienda e infraestructura que aumenta la valoración de la vivienda) 2) la desindustrialización para abrir paso a una economía de servicios (antes teníamos fábricas, hoy día tenemos restaurantes) y 3) cambios en la políticas de uso de suelo y de vivienda.
Estos cambios corresponden a una reestructuración de la sociedad causado por la llegada de grupos sociales con mayor poder adquisitivo, así como, por la migración de miles de personas que llegaron del campo a la ciudad. La llegada de estos nuevos grupos de población trajo consigo cambios en los hábitos de consumo, los usos de suelo y la estructuración de espacios de ciudad creando nuevos núcleos urbanos.
Acordonamiento y aglomeración
Estos procesos se dan entre un aumento creciente de la oferta turística, disparando la especulación y los arriendos de casas y apartamentos, poniendo los precios de alquiler por las nubes y lejos del alcance de las clases media y baja. Y los precios aumentan mientras se estanca la construcción de nuevas viviendas, pues la ciudad no tiene hacia dónde crecer, pues la construcción de altos edificios en el 60% de la ciudad está restringida por la actividad área del Aeropuerto Olaya Herrera, que impone un límite de altitud no mayor a cinco pisos en el 60% del área urbana de Medellín
Esta restricción a la capacidad de construcción que impone el «cono de aproximación» (es decir, el arribo y despegue de aviones en pista del Aeropuerto) hace que los habitantes de Medellín estemos sometidos a aglomerarnos dentro del poco espacio que tiene la ciudad para expandirse. Mientras tengamos la restricción del cono de aproximación, la ciudad sólo puede crecer hacia el sur, expulsando y “amontonando” la población hacia el norte. Mientras los precios de venta y alquiler de vivienda se hacen cada vez más altos.
El crecimiento económico para unos pocos, que generan las infraestructuras, como puertos, aeropuertos, ferrocarriles, proyectos mineros, centrales hidroeléctricas, permite que se instauren narrativas y discursos sobre los territorios y sus poblaciones, los cuales se basan en la desvalorización de otras formas productivas, culturales y de permanencia. Tal como sucede en los enfoques desarrollistas, que asocian lo popular al atraso y lo no moderno, y se le valora de forma negativa.
La bonanza para unos pocos que generan infraestructura (vías, puentes, líneas férreas, centrales hidroeléctricas) y que manejan el sector de la construcción en Medellín ha ido de la mano con la desvalorización de otras formas de progreso social. Si bien el cemento genera recordación, equiparar el crecimiento desbordado con “desarrollo” ha desvalorizado otras formas productivas, culturales y de permanencia en territorio.
Por eso la inequidad en Medellín puede evidenciarse a simple vista desde el Cerro El Volador. Allí, mirando hacia el sur, se ven las grandes obras, los altos edificios y la disponibilidad de servicios (clínicas, hospitales, bancos, almacenes y comercios de grandes superficies y espacios abiertos de ciudad para el ocio y disfrute), mientras que hacia el norte, donde no hay cómo ni dónde construir más vías ni viviendas en las sinuosas y empinadas laderas de la ciudad, sigue aumentando la densidad poblacional, con cientos de miles de personas cada vez más acordonadas, aglomeradas y sin opción alguna mientras el precio de la vivienda sigue aumentando. No debería ser así.
Medellín es una ciudad de todos y para todos. Sus espacios no deben discriminar a la población por el lugar donde vivan sus habitantes ni desplazarlos, por cuenta de la especulación y elevados precios de la vivienda, hacia sus zonas periféricas, para que unos cuantos ciudadanos sí puedan disfrutar del bien público. Si queremos una urbe capaz de articular a sus ciudadanos, es necesario empezar por discutir si podemos liberar el espacio que el Aeropuerto Enrique Olaya Herrera, ha quitado a la ciudad por arriba y por abajo, secuestrando el progreso y desarrollo de la ciudad.
Eliminar el cono de aproximación, y con este la restricción a la construcción en el 70% de la ciudad nos permitiría repensar, rediseñar y transformar el desarrollo urbanístico de Medellín. Así se propiciaría un reordenamiento territorial, permitiendo integrar, en clave de movilidad social, los grandes sectores de la ciudad limitados por cuenta de la situación económica que no han tenido más opción que asumir el aislamiento de su propio espacio.
El soporte material de casi todas las actividades humanas es el suelo, y en él se materializan todas las obras y edificaciones que permiten funcionar a las sociedades. En este sentido, el suelo, al igual que las personas, el aire o el ambiente en general no son ni deberían ser uso exclusivo y usufructo de unos pocos: esta es una condición sine qua non para democratizar la ciudad.
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