Hace 75 años en California a los hermanos McDonalds, Dick y Mac, les dió por inventar un servicio rápido y descomplicado de comidas que además fuera económico y satisficiera unas necesidades inmediatas. Lo más ágil y exitoso fueron porciones de carne macerada en pan (hoy llamadas hamburguesas), malteadas y papas fritas que posteriormente se combinaron con un artificial jarabe negro (Coca cola). El resultado fue un exitoso negocio que a nivel de franquicias fue instituido por Ray Croc en 1954, pero que así mismo cambió las costumbres dietéticas de los norteamericanos y de buena parte del mundo. La comida “normal” fue reemplazada por emparedados con alta dosis de grasa, harinas, salsas, frituras en general, además de una buena porción de preservantes, aditivos y saborizantes artificiales. Lo grave de ello es que ningún organismo humano está diseñado fisiológicamente para digerir, soportar y metabolizar compatiblemente estas sustancias, so pena de padecer los rigores de un deterioro temprano.
Debido a la presentación de los alimentos y aditivos de las comidas rápidas en una especie de mixtura, el usuario no puede hacer control directo de lo que ingiere y no alcanza a tener un nivel de conciencia de su calidad ya que el empaque atractivo y apetitoso ha sido clave para disfrazar la hoy llamada dieta “basura”, por su alto contenido de grasas saturadas, las peligrosísimas grasas “trans” y condimentos artificiales. La “epidemia” en el consumo ganó un elevado nivel de aceptación y al menos el 95% de los norteamericanos visitan un MacDonalds al año y esta compañía tiene más de 15 mil establecimientos en todo el mundo. Además no es la única en el exitoso negocio de las comidas prontas, ya existen centenares de franquicias como respuesta a la imposición de un estilo de alimentación ligero. Una moda indeseable.
Los resultados son evidentes por el daño causado al impulsar este tipo de dietas, los norteamericanos tienen el 70% de obesos, en Colombia más del 50% con sobrepeso con un tercio de la población obesa. Buena parte de la culpa está en la comida chatarra asociada a un bajo consumo de frutas, vegetales y la falta de ejercicio. No es descabellado que el obeso norteamericano Cesar Barber hace un buen tiempo, haya emprendido una batalla legal sin precedentes contra los emporios de las comidas rápidas por ser responsables de incitar, persuadir y convencer a las personas a un consumo persistente de sus flacos menús pero con gordos resultados en sus clientes. “Lo que Ud. come lo está matando, no haría mal en denunciarlos” le habría dicho su médico.
Obligar a un cambio de costumbres dietéticas por un sistema de manipulación de la información y presentación es posible sea el mayor pecado de los centros de comida “ligera”. Pueden enfrentarse a una gran demanda legal en su contra como ocurrió con las tabacaleras que tuvieron que pagar millonarias indemnizaciones a los usuarios. No está lejos que las autoridades obliguen a los grandes negocios multinacionales de comidas a replantear sus estrategias de promoción para que el público conozca realmente lo que está ingiriendo y los riesgos a que se expone. Avances importantes ya se han hecho en Suecia y Noruega como ejemplo; en Latinoamérica Brasil, México y Chile, han impuesto restricciones fundamentales a la publicidad, etiquetado y mercadeo. En Nueva York el alcalde M. Bloomberg dió una batalla sin precedentes, casi contra el mundo, para limitar la venta de bebidas azucaradas.
Pero en Colombia la industria y sus intereses parecen pesar más. Por segunda vez una importante enmienda normativa de salud pública para proteger el derecho a una nutrición saludable, es bloqueada en el propio Congreso. Se trata del proyecto de Ley 022 que regula la promoción, publicidad y venta de alimentos procesados, comidas rápidas y empaquetados a niños y jóvenes. Parlamentarios de partidos tradicionales aliados del mismo gobierno actual se atravesaron para tumbar este valioso proyecto de ley que salvaría muchas vidas.
Hace pocos meses no pasó otra norma que limitaba y restringía el consumo de bebidas azucaradas artificiales tipo gaseosas y jugos industriales. Parece que los cacaos del país impusieron su voluntad a través de unos legisladores pusilánimes. Esa es la situación de hipocresía de nuestra clase política, que en sus discursos veintejulieros hablan del derecho a la salud, pero a la hora de tomar decisiones apropiadas en favor de la población, parece pesan más sus conveniencias o patrocinadores.
Por ahora no nos queda más que seguir dando estas batallas por el derecho legítimo a una alimentación saludable y a una mejor calidad de vida, de forma casi solitaria. Mientras la política de gobierno a través de un ministerio de salud esté enfocada más en la economía (lo que llaman neoliberalismo), que en la salubridad, las patologías que más enferman y matan gente tempranamente (males crónicos) seguirán en ascenso y los sistema de salud colapsados.