El viejo y conocido refrán “no puedes juzgar un libro por su portada” parece tener los días contados, particularmente entre la marcadamente visual Generación Z quienes, como bien han revelado encuestas recientes, no sólo juzgan (y mucho) los libros por lo que se imprime en sus carátulas, sino que, incluso, tienen este ejercicio como su principal criterio de decisión a la hora de decantarse por la compra de tal o cual título.
Un hallazgo sorprendentemente significativo que por sí sólo ya amerita un análisis aparte mucho más detallado, pero que por ahora explicaría el auge de una de las últimas tendencias comerciales que estamos viendo en el mercado: las ediciones para coleccionistas.
No son pocas editoriales, particularmente aquellas que imprimen superventas de literatura juvenil como la saga “Alas de Sangre” de Rebecca Yarros o “Una Corte de Rosas y Espinas” de Sarah Maas, las que han decidido entregar al lector un producto mucho más elaborado y con mayor cuidado en los detalles que las típicas ediciones pasta dura y de bolsillo a las que estamos largamente acostumbrados.
Diseños especiales a todo color impresos en los bordes de las páginas, solapas de metal con gravados alegóricos a la historia que contienen y hasta material adicional proporcionado por el mismísimo autor, como capítulos eliminados o disertaciones que amplían el lore de sus personajes, todo valor agregado que ayude a enriquecer el volumen es gratamente bienvenido.
A pesar de que estos complementos estéticos incrementan considerablemente el coste total del libro frente a su precio inicial de venta, la nueva corriente viene en alza gracias a una base sólida de seguidores ávidos de adquirir estas piezas de colección y la escasez artificial fomentada a través de tirajes reducidos con ejemplares limitados que evocan la tan atractiva en nuestros días sensación de exclusividad. El experimento despegó con tal éxito que para el 2025 en los Estados Unidos se espera el lanzamiento de más de una centena de títulos publicados bajo este inesperado modelo de negocio, entre los que se destacan la reedición de “Los Juegos del Hambre” y los más recientes trabajos de autores con fuerte presencia en redes sociales como R.F. Kuang y Chimamanda Ngozi Adichie.
Es difícil imaginar que en el futuro todos los grandes lanzamientos vayan a emular esta dinámica de edición por la complejidad de su montaje y el alto importe de la inversión requerida, lo que seguramente hará que ésta se vea relegada al nicho lector de coleccionistas y fans en el núcleo duro del autor una vez la bruma de la novedad se diluya. Sin embargo, resulta de lo más interesante cómo el libro, entendido como objeto de merchandising, está ganando complejidad y sofisticación en una especie de resistencia que combate a la inversa la desmaterialización que los e-books nos prometieron décadas atrás.
Para bien o para mal, es una verdad ineludible que lo que entra por los ojos va a ser determinante para los lectores del mañana y la industria editorial tendrá que evolucionar bajo dichas directrices si quiere conservar su reinado de relevancia.
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