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Las siete claves de los seis años de la Segunda Guerra Mundial

La Segunda Guerra Mundial fue el conflicto más importante en la historia de la Humanidad, tanto por el número de muertos -entre 35 y 60 millones, según la Enciclopedia Británica-, como por la ferocidad del conflicto, en el que se buscó, mediante el uso de armas de destrucción masiva, el exterminio del enemigo, fuese éste étnico, ideológico o racial.

Las siete claves de los seis años de guerra son las siguientes:

LAS CONSECUENCIAS DE LA PRIMERA GUERRA MUNDIAL EN LA SEGUNDA

El Tratado de Paz de Versalles (1919), firmado tras el final de la Primera Guerra Mundial (1914-1918), impuso un fuerte reajuste territorial a los derrotados (los imperios centrales y el turco), lo que desarrolló los movimientos nacionalistas irredentos.

Asimismo, las cuantiosas reparaciones económicas impuestas a Alemania contribuyeron a empeorar la crisis de 1929 debilitando la democracia y promoviendo el ascenso de partidos como el nazi y el comunista.

Pero también influyó en la técnica militar, ya que la guerra de trincheras, con sus centenares de miles de muertos en batallas de escaso provecho estratégico, demostró su inutilidad y propició una guerra de movimiento gracias a los nuevos medios de transporte, tanques y aviación.

EL INFRUCTUOSO ‘APACIGUAMIENTO’DE LONDRES Y PARÍS CON ALEMANIA

Hitler fue nombrado canciller el 30 enero de 1933 tras unas elecciones democráticas. Pronto transformaría al país en una dictadura con el beneplácito del presidente Hindenburg. No pasó ni u mes desde que ascendiera al poder cuando se produjo (27 de febrero) el incendio del Reichstag (Parlamento durante la República de Weimar), del que los nazis culparon a los comunistas para que Hitler y su partido tuvieran poderes especiales.

En 1934, tras la muerte de Hindenburg, el Führer (líder) se autonombró jefe de Estado, dio por concluido el Tratado de Versalles e intentó reunificar todos los territorios étnica y lingüísticamente alemanes.

Austria (junto con Hungría) había pasado de ser un gran imperio centroeuropeo (a muchas de las nacionalidades que lo componían se les concedió la independencia) a una pequeña república tras la Primera Guerra mundial.

Estaba gobernada por Engelbert Dolfuss, un político socialcristiano que buscó la protección de la Italia fascista de Mussolini frente a los intentos expansionistas de Hitler. Los nazis austríacos ganaron las elecciones de 1932 sin mayoría absoluta e iniciaron una estrategia de tensión y atentados terroristas. Dollfuss hizo frente a una insurrección de los socialdemócratas y luego de los nazis, que le asesinaron en 1934.

La situación derivó hacia una preguerra civil que propició la estrategia de la anexión alemana de Austria, que se produjo el 12 de marzo de 1938 con la entrada de las tropas nazis. Mussolini, ahora aliado de Hitler, no intervino.

Francia e Inglaterra, democracias inmersas en una inestabilidad política y económica por la crisis de 1929, prefirieron, con su política de apaciguamiento, ceder y dejar que Hitler rehiciese el mapa de Europa central, esperando que con ello se calmase. Fue inútil.

En la conferencia de Munich, celebrada en octubre de 1938 entre Italia, Alemania, Francia y Gran Bretaña, se aprobó la ocupación de los Sudetes por parte de los alemanes como una forma de reparar el Tratado de Versalles.

Sin embargo, Hitler fue mas allá, y en 1939 ocupó Checoslovaquia constituyendo el Protectorado de Bohemia Moravia y creando el estado eslovaco.

INVASIÓN DE POLONIA Y COMIENZO DE LA SEGUNDA GUERRA MUNDIAL

Con la invasión de Polonia por parte de Alemania el 1 de septiembre de 1939 dio comienzo la Segunda Guerra Mundial. Hitler exigió a Polonia la devolución de la «Ciudad libre de Danzig», la actual Gdansk, que según el Tratado de Versalles (1919) se convirtió en protectorado polaco.

Polonia había firmado con Francia y Gran Bretaña un acuerdo de mutua defensa en mayo de 1939, a lo que siguió la firma entre Alemania y Rusia del pacto germano-soviético de no agresión de 23 de agosto de 1939. Mientras los alemanes atacaron a los polacos por el oeste, Rusia lo hizo por el este y recuperó la parte del imperio zarista perdida en 1918, aparte de Estonia, Letonia y Lituania y Besarabia, que pertenecía a Rumanía.

RUSIA ENTRA EN LA GUERRA

Con la «Operación Barbarroja» (22 de junio de 1941) empezó la invasión de Rusia por parte de Alemania y sus aliados (Italia, Hungría, Eslovaquia, Rumanía y Finlandia). También participaron contingentes de voluntarios de la totalidad de países europeos ocupados por Alemania en lo que se denominó «Lucha contra el bolchevismo».

El plan alemán preveía una guerra corta y la capitulación rusa antes de la llegada del invierno para no verse envueltos en una guerra en tres frentes (el occidental y el del norte de África contra Gran Bretaña y el oriental).

Sin embargo, el retraso de la misma debido a la necesidad de ayudar a los italianos en Grecia y doblegar a los serbios, retrasó los planes de Hitler.

Las fuerzas alemanas llegaron a las puertas de Moscú a comienzos de diciembre de 1941, donde fueron detenidas. Mal equipadas y con problemas logísticos se vieron obligadas a retirarse.

La siguiente gran batalla, la de Stalingrado (1942-1943) -con más de dos millones de muertos fue la más sangrienta de la Historia- acabó con la derrota alemana y detuvo el avance de los nazis. Desde ese momento, la estrategia de Hitler fue defensiva, salvo el intento de romper el frente soviético en Kursk (1943), que no tuvo éxito.

La Unión Soviética fue el país que más víctimas civiles y militares tuvo en la Segunda Guerra Mundial (Moscú consideró «oficial» un mínimo de veinte millones), frente a los entre cinco y seis millones de los alemanes, según la mencionada Enciclopedia Británica.

La contribución de la URSS a la derrota alemana fue decisiva, pues el frente del este significó una guerra de desgaste que Alemania no pudo sostener ni en medios humanos ni materiales con una proporción de tres a uno en producción industrial y reposición de bajas.

Los ejércitos soviéticos conquistaron Berlín y Europa Central se convirtió en zona de influencia suya, como por otra parte se había acordado en la Conferencia de Yalta (1945) entre las potencias vencedoras.

PEARL HARBOR Y EL FIN DEL AISLAMIENTO DE ESTADOS UNIDOS

La intervención de Estados Unidos en la Primera Guerra Mundial no obtuvo los resultados esperados y ello, unido a otros factores, como la crisis económica de 1929, propició el aislamiento en su política exterior. Durante años, los estadounidenses vieron la que fuera Segunda Guerra Mundial como un conflicto europeo.

Sin embargo, el entonces presidente, Franklin D. Roosevelt, convencido de que era inevitable que EEUU entrara en la guerra, tuvo que esperar al ataque japonés contra la base hawaiana de Pearl Harbor («Harbour» en inglés británico), el 7 de diciembre de 1941, para involucrar a su país en el conflicto.

La política expansionista de Japón en Asia y la búsqueda de un espacio vital, propiciada por la ideología militarista de su régimen y la necesidad de contar con materias primas, chocaba con los intereses de Estados Unidos y, en menor medida, Gran Bretaña.

Tras un comienzo de campaña fulgurante, los ejércitos nipones llegaron en 1942 a las puertas de Australia, conquistaron medio Pacífico, y ocuparon territorios en China, Corea e Indochina.

La batalla del atolón de Midway (junio de 1942) y posteriormente la de Guadalcanal (agosto de 1942-febrero de 1943) supusieron sendas derrotas japonesas y la primera victoria estratégica aliada.

Como le ocurrió a la Alemania nazi con Rusia, la potencia industrial y humana de Estados Unidos era muy superior a la de Japón, sometido a constantes bombardeos norteamericanos, con lo que fue retrocediendo tanto en el Pacífico como en Asia.

LA BOMBA ATÓMICA

Las primeras armas nucleares fueron desarrolladas por Estados Unidos con la ayuda de Gran Bretaña y Canadá. El denominado «Proyecto Manhattan» logró construirlas y emplearlas contra las ciudades japonesas de Hiroshima y Nagasaki el 6 y 9 de agosto de 1945, donde causaron unos 140.000 muertos en la primera y en torno a 100.000 mil en la segunda. Fue una tragedia que dejó un grave y duradero impacto radiactivo para la población y un enorme trauma moral -hasta hoy mismo- para el mundo entero.

Los grandes países contendientes se encontraban inmersos en la carrera atómica, siendo Alemania el más adelantado tras Estados Unidos y Rusia.

El presidente Harry Truman decidió lanzar las dos bombas atómicas tras la negativa japonesa a rendirse de acuerdo con la declaración aliada de Postdam, en julio de 1945.

La dureza de la batalla de Okinawa, que causó un cuarto de millón de bajas entre abril y junio de 1945, hacía presagiar que la conquista de Japón exigiría un tributo de sangre muy elevado.

La caída de Berlín, que le costó a los rusos mas de 300.000 bajas en menos de un mes, también fue un precio demasiado alto.

El mando estadounidense optó por la opción nuclear, aunque ésta fuera muy discutida por la entrada de Rusia en la guerra contra Japón y el informe contrario de buena parte de la comunidad científica. Truman nunca se arrepintió, pero el debate sobre aquella decisión suya no acabará jamás.

La tragedia en Hiroshima y Nagasaki rindió a Japón apenas días después, el 15 de agosto de 1945.

El mundo había entrado en la era atómica y fue consciente de que un conflicto nuclear podría suponer una destrucción total que no dejaría ni vencedores ni vencidos. En todo caso, las grandes potencias optaron por la carrera armamentista como sistema de disuasión.

LA GUERRA FRÍA

Con el final del conflicto el mundo quedó dividido en dos bloques antagónicos con sus respectivas zonas de influencia: el Occidental, capitalista, bajo el liderazgo de Estados Unidos, y el Oriental, comunista, dirigido por la Unión Soviética.

Este conflicto tomó el nombre de Guerra Fría ya que no hubo enfrentamiento armado directo entre las dos superpotencias, sino que fue político, económico y cultural.

Sin embargo, el mundo estuvo a un paso de un nuevo conflicto tras los incidentes de Berlín (1961), que desembocaron en la construcción del muro, y la llamada «Crisis de los misiles» en Cuba (1962). La Guerra Fría acabó con el final de los regímenes comunistas en Europa Oriental, en 1981, y el desmoronamiento de la Unión Soviética en 1991.

En el ínterin, las dos grandes potencias jugaron en tableros regionales y movían sus peones. Rusia alimentó y propició los movimientos comunistas y guerrilleros de Occidente y el Tercer Mundo. También aplastó con las armas cualquier disidencia, como ocurrió en Berlín Este (1953), Hungría (1956) y Checoslovaquia (1968).

Estados Unidos inspiró golpes de Estado, especialmente en Latinoamérica, frente a Gobiernos de izquierda y asesoró a las fuerzas policiales y ejércitos de todo el mundo en tareas de contrainsurgencia.

Pese al establecimiento de instituciones internacionales para evitar conflictos, como la Organización de las Naciones Unidas, hubo numerosos conflictos armados: las guerras civiles en Grecia (1946-1950) y en Cirea (1951-1953); las de descolonización como la de Indochina (1946-1954), Argelia (1954-1962), o las creadas para frenar la expansión del comunismo: Vietnam (1955-75), así como la eterna de Oriente Próximo entre árabes e israelíes…

La violencia fue creciendo hasta niveles insoportables mientras cobraba fuerza la Declaración de los Derechos humanos adoptada por las Naciones Unidas el 10 de diciembre de 1948.

Estados Unidos puso en marcha el plan Marshall para la reconstrucción de los países aliados y la URSS hizo algo similar con el Comecon.

Gran Bretaña perdió su imperio colonial. Ocurrió lo mismo con otros países europeos durante el proceso de descolonización que empezó en los años cincuenta.

La necesaria incorporación de la mujer al mundo del trabajo durante la Segunda Guerra Mundial trajo consigo su integración y la paulatina conquista de la igualdad de derechos, quizá la única gran revolución de las costumbres que triunfó en el siglo XX.

Redacción agencia EFE

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