Cultura significa el mejor cultivo de lo más específicamente humano.
Es inculto el mero acumulador de datos, o el que se siente bueno porque piensa que no hace cosas malas como si con eso agotara el sentido de su vida, temporal por biológica e infinita en cuanto espiritual.
Tampoco es culto el adiestrado según una ideología carente de referentes científicos y humanísticos profundos y continuamente actualizados.
En situaciones anteriores, tal vez se pueda echar mano de algo para crecer como persona, pero ¿Qué cultiva un ser humano con que le practiquen la eutanasia? Y si lo hace con argumento del libre desarrollo de su personalidad, cómo demuestra que la desarrolla de algún modo como efecto de que lo destruyan de esta forma?
Consentir la eutanasia es afirmar de algún modo “no valgo más que mi deseo”.
Pero si esto se contrasta con que el deseo es el acto de quien tiene la capacidad de desear, y que la capacidad es más perfecta que sus actos y menos que quien posee ésta y otras capacidades, según sus perfeccioens ocnstituyentes, y que quien se posee a sí mismo y es limitado, es menos perfecto que su causante, entonces, los planteamientos a favor de la eutanasia son cuestión de multiculturalismo o de “producto cultural” a modo, por ejemplo, de estrategia genocida basada en referentes hedonistas al estilo “mi valor es el de mi placer” o “es cruel no matar al que sufre cuando pide ser destruído”?
¿Existe el derecho a los efectos de la ignorancia acerca de la relación entre sufrimiento inevitable, desarrollo humano, amor y felicidad? Esos efectos parecen más cercanos al masoquismo o a sadismo, antitéticos de la cultura.
¿En qué consiste entonces el ser humano destruído con la eutanasia? Uno de los modos en que se coordinan las partículas de energía es la materia, que toma por un tiempo determinada forma y después se descompone. Luego, la misma energía hace parte de otra forma y así sucesivamente. Pero, ¿eso es todo?
La opción por la eutanasia parece compatible con interpretaciones antiantropológicas, como la de suponer que un ser humano es una especie de receta consistente en algo de energía y una guinda de autonomía que desaparece al extinguir la capacidad de automovimiento que impedía la descomposición de la materia que, una vez muere para siempre, por eutanasia u otra causa, deja de ser el cuerpo vivo que fue.
¿De cuántos cuerpos fueron y serán parte, las partículas de energían que han sido, desde que fuimos una célula hasta la actualidad, y las que darán continuidad al cuerpo vivo de la especie humana que es, en cuanto cuerpo, una dotación cambiante de energía, el reciclaje más perfecto, por constituir coordinadamente estructuras y funciones, individualizando en nuestro caso el cuerpo que somos, sin el que nos queda imposible ser mejores personas y servir de ocasión para que otros lo sean?
Es frecuente escuchar el argumento del “respeto a la autonomía”, por parte de quienes promueven, con acciones u omisiones, la práctica de la eutanasia que es, a su vez, uno de los irrespetos mayores y más irreparables, contra la autonomía y, por lo tanto, contra su propietario y otros a quienes se impacta con esta práctica.
Valoración es reconocimiento coherente de un bien o perfección; entre las expresiones de saber valorar, están estudiar bien y cuando sea necesario pedir consejo, para acertar en nuestras actitudes, decisiones y acciones, con nosotros mismos, todo otro ser personal que pueda recibir nuestra influencia y el entorno natural y artificial.
La capacidad de valorar, basada en el conocimiento y vivida en el reconocimiento o respeto coherente, se acrecienta acogiendo, promocionando, colaborando, respaldando, acompañando, perdonando y pidiendo perdón, capacitando, estimulando en primer lugar con el ejemplo cuidando y defendiendo, entre muchos otros estímulos positivos, a cada ser humano durante su ciclo vital completo, su familia, institución, sociedad y Estado.
Esto es de algún modo, fundamento y carta de navegación del propio desarrollo en cuanto humanos, integral, incluyente sin hacer ni una sola excepción y sostenible hasta el final de la historia temporal de cada ser humano.
La eutanasia es usar el argumento del sufrimiento para destruir en vez de acompañar hasta el final en lo que la dotación natural de cada ser humano sea capaz de beneficiarse de los estímulos de la cultura, como los científicos, humanísticos y tecnológicos, y de las relaciones entre los seres humanos, como la de un cuidador con quien recibe su ayuda aunque no sea consciente del bien que se le hace, pero con el que el cuidador crece como persona porque, en cuento igualmente humano, lo que reconoce sirviendo al otro, lo valora en sí mismo, no en una forma más como la energía, sino espiritualmente, porque la vida del espíritu se intensifica como amor y amar es cuidar del mejor modo, que es la antítesis de destruir.
De esto se concluye que la eutanasia es la negación del valor, bien o perfecicón en que consiste el ser humano destruido con esta paráctica, es el desprecio a la continuidad de su ser en este mundo, al punto de extinguirlo.
Es imposible que la eutanasia sea una forma digna de morir porque es negar la dignidad -bien en cuanto reconocido-, en que consiste quien es destruido con esta práctica.
Quien mata “por amor”, solo evidencia su incultura sobre lo que es un ser humano y sobre el modo como se desarrolla armónica y plemanente: amando, no de cualquier modo, sino dándose enteramente como realidad corporeoespiritual, no con fantasías de “autonomía” entendida en la práctica como deseo ciego y absolutizado, en ausencia de referencias que realmente sean cultura.
Por ser cultivo de las múltiples formas de lograr lo que más conviene a cada ser humano, el pluralismo cultural es incompatible con la práctica antihumana de la eutanasia, por ser destructora de seres humanos al aniquilar sus cuerpos e ignorar el impacto espiritual infinito de esta práctica en las víctimas destruidas y, sobre todo, en sus destructores y cómplices activos y pasivos.
Para ser un buen multiculturalista hace falta, en primer lugar con el ejemplo, tratar de modo tolerante, respetuoso y amable a todo ser humano sin excepciones, sin destruir a alguno ni atacarlo en su integridad, vida, salud y derecho a su mayor desarrollo físico y espiritual.
Es compromiso de todos desarrollar a tope, cada uno en sí mismo y en cada otro ser humano, el mayor bien que puede lograr aprovechando lo mejor de la multiplicidad de formas de hacerlo, denominada multiculturalismo, según sus características propias y su entorno natural y tecnológico, y ayudar generosamente en lo que otros no puedan hacer por sí mismos. Esta es la tarea ética vivida principalmente en y desde la familia.
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