Keiko Fujimori
La candidata derechista a la presidencia de Perú, Keiko Fujimori, fue registrada este lunes, durante una rueda de prensa, en Lima (Perú). EFE/Paolo Aguilar

Lima, 20 jul (EFE).- La nueva derrota electoral de Keiko Fujimori, que por tercera vez consecutiva se quedó a las puertas de ser la primera mujer en alcanzar la Presidencia de Perú, deja a la política derechista un futuro incierto, donde puede acabar sentada en el banquillo de los acusados por presunto lavado de dinero.

La hija del expresidente Alberto Fujimori (1990-2000) no solo vio nuevamente frustradas sus ambiciones presidenciales, sino también la posibilidad de eludir temporalmente una acusación fiscal de más de 30 años de cárcel y la opción de liberar a su padre, que cumple una condena de 25 años de prisión por delitos de lesa humanidad.

Si en 2011 fue superada en las urnas por el militar en retiro Ollanta Humala y en 2016 por el economista Pedro Pablo Kuczynski, esta vez le ganó el maestro de escuela rural y líder sindicalista Pedro Castillo, cuya victoria terminó de confirmarse el lunes.

El resultado es prácticamente calcado al de hace cinco años, donde la elección se definió por apenas 40.000 votos, un estrecho margen que ni entonces ni ahora convenció a Fujimori, pero es en esta última ocasión cuando la derechista ha decidido denunciar sin pruebas fehacientes un supuesto «fraude».

Así lo hizo desde el día posterior a la votación, cuando veía que su nueva derrota electoral era irreversible, lo que le llevó a presentar más de un millar de impugnaciones y recursos legales que fueron rechazados en su totalidad por las autoridades electorales y que retrasaron mes y medio la proclamación oficial de Castillo.

INSISTE EN «FRAUDE»

Por eso, pocas horas antes del nombramiento de Castillo, Fujimori anticipó en una conferencia que respetará el anuncio pero que lo considerará un presidente «ilegítimo» y seguirá insistiendo en encontrar pruebas del presunto fraude.

Esa contraposición entre respetar la proclamación pero no la elección hizo recordar la posición muy similar tomada por Fujimori en 2016, cuando aceptó su derrota pero lanzó un feroz asedio al Gobierno desde el Congreso, que controlaba con mayoría absoluta al haber obtenido 73 de los 130 congresistas.

Producto de esa oposición obstruccionista a Kuczynski y luego a su sucesor, Martín Vizcarra (2018-2020), Perú sumó cuatro presidentes y dos parlamentos diferentes en los últimos cinco años, en una profunda y larga crisis política e institucional a la que se sumó la económica y sanitaria causadas por la pandemia de covid-19.

Bajo este escenario se celebraron las elecciones del bicentenario de Perú, donde Fujimori resurgió pese a no partir esta vez como favorita, pues llegaba debilitada tras pasar 15 meses en prisión provisional por la presunta financiación irregular de sus anteriores campañas electorales.

POSIBLE JUICIO

Según el fiscal a cargo del caso, Fujimori incurrió en presunto lavado de dinero al ocultar en una contabilidad falsa millonarias donaciones de empresas, entre ellas 3,6 millones de dólares de Credicorp, el mayor grupo financiero del país, y aparentemente un millón dólares de la constructora brasileña Odebrecht.

Por ello, la Fiscalía ha solicitado para Fujimori 30 años y 10 meses de cárcel, en una acusación pendiente de revisión por la Justicia, que en las próximas semanas debe decidir si abre un juicio contra ella, algo que habría eludido si ganaba las elecciones, al menos durante el tiempo que hubiese sido presidenta.

Más difícil de aventurar todavía resulta su futuro político como principal líder de la derecha peruana, un rol que volvió a ejercer pese a su paso por prisión pero que puede perder en el futuro ante la irrupción en esta última campaña electoral de otros perfiles como el del empresario ultraconservador Rafael López Aliaga.

Tampoco hay claridad si continuará liderando el fujimorismo, ya que su tercera derrota electoral puede hacer que cobre mayor protagonismo su hermano menor, Kenji Fujimori, quien hace tres años creó su propio partido, paralelo al de su hermana, aunque en esta campaña electoral han vuelto a hacer las paces.

De momento vuelven a esfumarse las opciones de Keiko de emular a su padre, del que ya fue su primera dama cuando tenía 19 años, tras una vida dedicada a la política y casi plenamente a buscar la Presidencia.

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Redacción Minuto30

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