Los últimos días no han sido positivos para el fútbol colombiano. Derrotas de la Selección Colombia en la final de la Copa América, de la Selección femenino en el Mundial Sub17; además, sumadas las eliminaciones de Junior y del DIM, en Libertadores y Suramericana, respectivamente, más allá de lo deportivo, han dejado un gran sinsabor entre la afición a este deporte.
Hace unos meses, la derrota del Deportivo Independiente Medellín en la final del campeonato colombiano, y cuando todo jugaba a su favor, me llevó a escribir una columna, que bien se ajusta a todo el fútbol colombiano, y a lo que vivimos en este momento.
Dije: trato de encontrar una palabra para sintetizar el momento. Pienso en una que de pronto sea antónimo de esa alegría que pudo ser, pero no ser tan obvio. Y la palabra, por contraste, que me persigue es “jerarquía”. Porque esa alegría que no, se resume en algo que le faltó al Independiente Medellín. (Aplicaría también para esta semana tras la derrota con Lanús, porque la historia se repite)
Jerarquía, según la RAE, remite a jerarcas, a un orden establecido, a un respeto quizá ascendente hacía alguien que ya conquistó algo. Y en la acepción popular, la jerarquía es –podría ser- la capacidad de alguien de hacer respetar sus galones, su territorio; como se dice en el argot del fútbol, defender su cancha hasta con los dientes: o ser “cancheros”, como se dice en los juegos de potrero. Mejor dicho hacerse valer y sentir.
Es lo que le falta a nuestro fútbol. Porque talento hay, capacidad y destreza física también. Pero nuestro fútbol adolece de jerarquía. Bastaría pensar en partidos como la final de la Liberadores del 87, a escasos segundos, en que el América dejó ir el título a manos de Peñarol; o ese “error” por exceso de confianza de nuestro idolatrado Higuita en el Mundial de Italia; ni qué decir de la debacle de nuestra selección en el mundial USA/94. Nuestros equipos y seleccionados “arrugan” en momentos decisivos: no saben “manejar los tiempos” en la cancha, no saben “ablandar al rival” casi hasta el borde, o a veces pasando un poco por encima de las normas permitidas; no saben “cerrar” partidos.
Y entonces ante cada nueva eliminación sacamos un sartal de excusas que pueden ir desde los errores arbitrales (supuestos); goles que debieron entrar (fue gol de Yepes) hasta lo climático, (remember semifinal entre el Cúcuta y el Boca Juniors, en la Bombonera).
Nos quedamos en la anécdota.
Razón tiene por tanto Fabián Vargas –uno de nuestros futbolistas más triunfadores- quien al final de la Copa América hizo símiles entre nuestro fútbol y el argentino, donde también jugó:
“Ustedes van a los partidos de acá, los niños pierden y les dan medallas a todos, a todos los felicitan. Entonces, ¿qué pasa con esos niños que quedaron de octavos?”.
En Argentina, compara: “el segundo se pone a llorar, ¿por qué? Porque siente dolor de haber perdido y eso a ¿a qué los acostumbra? a no querer volver a tener ese sentimiento”.
Si se mira desde el punto de vista de la ética, de la filosofía del juego, podría decirse que en “el deporte no hay perdedores”, o que “perder es ganar un poco”, y claro es cierto; pero si queremos empezar a querer ser tenidos en cuenta dentro del concierto del fútbol y queremos en algún momento ganar algo, tenemos que cambiar esa mentalidad conformista y buscadora de excusas donde no las hay.
Nuestro fútbol requiere sumarle una dosis de jerarquía. A los jugadores nuestros hay que comenzar a construirles una narrativa sobre hechos reales. La verdad, hace más de 20 años no ganamos nada trascendental a nivel colectivo -salvo las Mujeres, pero lastimosamente el fútbol femenino aún no está tan posicionado como para pegarnos de esos triunfos. Tendríamos que hablarles a nuestros deportistas, si bien no de triunfos reales, entonces de los que “necesitamos”. Carentes como digo de éxitos futboleros podríamos decirles que debemos emular a otros deportistas que en el campo individual sí han sido exitosos: nuestros medallistas olímpicos, nuestros boxeadores y ciclistas…o llevarlos al campo simbólico:
Hablarles de lo que significa nuestra Nación, o nuestra región; hacerles entender la valía simbólica de llevar una camiseta, “defender” un pueblo como en algún momento lo hicieron otros; quizá ahí una pequeña dosis de Historia patria podría servir un poco.
Esto supone un gran cambio de mentalidad, pero aquí seguimos prefiriendo escuchar a Faryd y al Tino. (La anécdota divierte pero no forma).
El tema en general no se resume a los jugadores: no es solo cuestión de hablarles acerca de esa concentración en los momentos definitivos; habrá que hacerlo con los directores técnicos para que, igualmente, ellos actúen con más cabeza fría en los partidos y en los momentos definitivos. (¿Dónde estaba el director técnico del Medellín, esta semana cuando tras ganar el sorteo para cobrar los penales, y sabiendo que quien arranca cobrando tiene una ventaja, su capitán decidió ceder el turno a los del Lanús?) Dónde estaba el D.T. de Colombia en la final de la Copa América –y eso que es argentino- en los últimos minutos para decirle a los jugadores, que si tocaba se le hiciera falta a los delanteros rivales pero que no podían llegar cerca del área?
O con los dirigentes para que asuman grandeza y hablen duro acerca de un equipo, que no solo les genera unas divisas -en lo que están en todo su derecho en cuanto arriesgan un capital- pero que asuman que el equipo también nos representa como ciudad y región: que se hagan sentir en los sitios donde se toman decisiones; pues, para no seguir con las excusas de que los árbitros…
La escogencia de un juez a veces pasa porque haya unos directivos que sepan ir a hablar antes de los partidos, antes de los campeonatos.
Hace unos meses lo pensé para el Medellín (el que perdió la final ante Junior, y que ahora de nuevo perdió por falta de jerarquía), y ahora lo repito, textual, para nuestro fútbol en general:
Tenemos que pensar a futuro nuestro balompié, y esto pasará por enseñarles a nuestros jugadores que el partido “no termina hasta que termina” y que en los últimos minutos hay que estar más concentrados que siempre: no mirar tanto a la tribuna, saber que ella está ahí para alentar, pero no incide realmente en el ritmo del partido; no pensar tanto en la familia: llegará el momento en que se le entregarán luego títulos y trofeos; no encomendarse tanto a ese Dios que todo se los escuda (“la gloria para él”, salmodian tanto). No sé de ningún dios que patee o ataje penales. Los jugadores tienen que asimilar que es en la cancha, en lo terrenal, donde se redondea una faena. Pero eso se logra solo con concentración, con “cabeza fría” entendiendo que ese es su “espacio” y su momentum. Que “no hay segundos tiempos entre el hombre y su destino”, como dijo Becquer. Y eso se le puede llamar tener firmeza, templanza. O jerarquía.
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