La cara que tenemos ahora es el resultado de millones de años, desde que el antepasado más antiguo tenía los párpados como viseras y unas facciones que no permitían distinguir una cara de hombre o mujer.
«Se transformó de un rostro más intimidante, que era una ventaja para competir, a otro que era conveniente para llevarse bien con los semejantes» explicó la arqueóloga paleolítica de la Universidad de York, Penny Spikins, al portal Clarín.
Lo que convirtió a los humanos en el animal más expresivo, en lo que a términos faciales se refiere, por ser capaces de recrear alrededor de 50 gestos facilitados por el completo conjunto de músculos «miméticos» que solo se da en mamíferos.
Dado que el mundo nació hace 4.500 millones de años, la vida hace 3.800 millones y el humano actual hace apenas 200 mil años, se cree que ocurrió una serie de factores entre los 100 mil a 50 mil, lo que haría que la especie humana fuera tan creativa como para pensarse a sí misma.
Otro tema que está presente en la evolución del rostro es la feminización del mismo, puesto que la mujer tiene gestos o señales de cooperación y confiabilidad, una tendencia en el ser humano que es un animal social.
«Si nuestro cráneo continúa evolucionando, lo previsible sería que continuase con esa juvenilización en las proporciones craneales, lo que llevaría a una cara más reducida, con órbitas oculares proporcionalmente mayores, un mentón de menores dimensiones y una bóveda craneal más globular y desarrollada. Eso sería lo esperable si continúa un proceso que se conoce como neotenia, que quiere decir alcanzar el estado adulto reteniendo características juveniles», confirmó el catedrático de Paleontología del Departamento de Ecología y Geología, de la Universidad de Málaga, Paul Palmqvist.