Resumen: Descubre cómo un simple gesto infantil, el "me tapo", se transforma en un complejo fenómeno cultural con implicaciones sociales y lingüísticas.
Siempre me han intrigado con poderosa fascinación los pequeños modismos que como intangibles comunes denominadores de orden social se manifiestan de manera consistente a lo largo de diversos países, culturas o idiomas. El último de ellos que no consigo sacarme de la cabeza y el cual llevo varios días analizando en mis ratos muertos es uno que todos aprendimos desde pequeños, pero cuya trascendencia sólo ahora de mayor soy capaz de apreciar para una vez más caer rendido ante el lenguaje como fuerza transformadora de la realidad que es. Estoy hablando del famoso “me tapo” y sus variantes.
Todos en el colegio aprendimos alguna de sus derivadas. En el mío, por ejemplo, “me tapo” venía acompañado de un cruce de brazos con las manos abiertas sobre el pecho, gesto que inmediatamente comunicaba a tus compañeros que te abstraías de la actividad que estuviese ocurriendo en dicho momento y que ingresabas en una especie de limbo comportamental donde no harías nada a nadie y donde esperabas el mismo trato de vuelta. Cualquier desconocimiento de esta suerte de campo de fuerza por alguno de los demás jugadores implicaba la inmediata anulación de la acción cometida y el consecuente reclamo al infractor del tipo “¡No vale! ¡Estaba tapado!”.
Pero lo verdaderamente curioso es cómo distintos países tienen sus versiones regionales del “me tapo”. Así pues, en Estados Unidos encontramos el deportivo “tiempo fuera” (time-out) con su famoso gesto en forma de letra “T” que saltó de las canchas a la cotidianidad para transmitir la misma idea de pausa de la realidad. De igual forma, en España existe el “cruci” acompañado por el entrelazamiento del dedo índice por debajo del dedo corazón, una señal que bien podría ser una versión en miniatura del cruce de brazos del “me tapo” o la representación manual de que las fronteras invisibles entre la vida como juego y el “cruci” como espacio neutro fuera de éste se han mezclado a su vez.
En cualquier caso, el extendido entendimiento de este código podría serle útil al país para desactivar a través del lenguaje una de las tantas violencias que nos aquejan, siendo esta la violencia preventiva, aquella que se genera ante el temor de sufrir un ataque inminente. Si, por decir algo, durante los últimos disturbios en estadios alguna de las barras involucradas hubiera adquirido una posición colectiva de “me tapo”, no sólo los hinchas rivales habrían comprendido inmediatamente que no había ninguna amenaza física, sino que habrían perdido cualquier base para alegar defensa legítima en caso de ser procesados por lesiones personales. El desenlace, sin duda, habría sido muy diferente.
Si bien la utilización del “me tapo” como palabra de seguridad nacional para materializar el compromiso expreso de una persona con la renuncia voluntaria al uso de la violencia es una mera hipótesis que requeriría de su adopción pública desde los más altos estrados del poder o de la mayor de las viralizaciones para su funcionamiento, es un experimento que vale la pena intentar en el propósito de desescalar los conflictos de nuestro día a día.
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