Opinión

Hacer simple lo complejo

Michael Sandel, el prestigioso filósofo de la Universidad de Harvard y flamante ganador del Princesa de Asturias 2018 en la categoría de ciencias sociales, pasó hace un par de semanas por Madrid para dar una conferencia gratuita y al aire libre sobre cultura y democracia en promoción del nuevo libro de su propio hijo, el también filósofo Adam Sandel. Por supuesto, no vamos a hablar sobre la fuerza centrípeta del nepotismo de la que, según parece, ni los grandes pensadores contemporáneos logran escapar, sino sobre la obra cumbre de Sandel padre y el por qué, inexplicablemente, ésta no hace parte del pénsum de filosofía de los colegios de todo el mundo.

Se trata de “Justicia: ¿Hacemos lo que Debemos?”, un clásico instantáneo con el que di por casualidad en otro intento más por conseguir hacer las paces con la filosofía, una empresa que persigo desde hace años y sobre la que ya he tenido la oportunidad de relatar mis desgracias en estas páginas. Lo que hace diferente a este título de otros de su misma especie es el carácter intrínsecamente pedagógico que Sandel ha impreso en él, pues más que una sarta de elucubraciones ininteligibles que parecen brillantes principalmente por el estado de confusión en el que sumergen al lector, lo que ha querido el autor es llevarnos de la mano por distintas teorías de la justicia hasta aterrizar en la suya propia.

Así, haremos un tour guiado por el utilitarismo básico de maximización de la felicidad ideado por Jeremy Bentham y su correspondiente secuela premium ingeniada por John Stuart Mill; saltaremos al mundo autónomo de los libertarios con un capítulo sobre la teoría del mérito de Robert Nozick y su eterna disputa con el también inmortal John Rawls; disfrutaremos de la explicación más clara que he leído nunca sobre el imperativo categórico de Immanuel Kant para posteriormente abarcar un análisis moderno de la doctrina teleológica de Aristóteles; y, finalmente, tras un pequeño cameo de mi crack personal, Alasdair MacIntyte, autor de “Tras La Virtud”, cerraremos el viaje con una defensa del comunitarismo, el postulado favorito de Sandel.

Cargado con una gran cantidad de ejemplos que aún hoy mantienen su frescura, como el atemporal “Dilema del Tranvía”, y que con el manejo que les da Sandel terminan convertidos en auténticas disyuntivas éticas a las que se les puede dar vueltas en la cabeza durante semanas, el autor nos pone constantemente en la tesitura de tener que enfrentarnos a nuestro propio sistema moral para decidir qué haríamos ante determinadas situaciones. Un sano ejercicio de autoconocimiento donde no hay respuestas correctas y en el que a cada alternativa le sigue una vuelta de tuerca adicional que nos acerca un poco más al entendimiento de por qué hacemos lo que hacemos.

Tras esta iniciación en el universo sandeliano será imposible para el lector no continuar ahondando en el resto de su catálogo, por suerte ampliamente disponible en español, ya que el profesor ha conseguido con creces lo más difícil (y necesario) que se le pide a cualquier educador: hacer simple lo complejo.

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