Un equipo internacional de científicos encontró la primera evidencia de que los humanos que vivían en la cueva de Qesem (Israel) hace entre 420 000 y 200 000 años almacenaban huesos animales para consumir la médula más tarde, lo que supone el indicio más antiguo de una ‘despensa’ de alimentos.
El hallazgo es importante porque implica que los homínidos del Pleistoceno Medio ya tenían cierto nivel de planificación y previsión en vez de subsistir en el «aquí y ahora», una capacidad de pensamiento que hasta ahora solo se había visto en poblaciones más modernas.
La investigación, publicada hoy miércoles en Science Advances, y liderada por la arqueóloga del Centro Nacional de Investigación sobre la Evolución Humana (Cenieh) Ruth Blasco, se basa en el estudio de 81 898 restos óseos de animales encontrados en el yacimiento israelí, en su mayoría gamos y ciervos.
«El experimento llegó casi por casualidad, tras años de estudio de los materiales en la Universidad de Tel Aviv. En los análisis rutinarios de la fauna del yacimiento que hacemos desde 2011, nos llamaron la atención unas marcas determinadas -siempre en metápodos de cérvido- que se repetían en casi todas las muestras y quisimos explorar a qué correspondían», explica a Efe Ruth Blasco.
Una posible explicación para esas marcas podía ser la extracción de piel seca, que, tras largos periodos de exposición a la intemperie, se adhiere fuertemente al hueso, detalla la especialista en Tafonomía y autora principal del estudio.
Además, parecía que los metápodos habían sido fracturados para extraer la médula ósea animal, un alimento muy rico en ácidos grasos -mucho más que las proteínas o los carbohidratos- que fue una importante fuente nutricional para los primeros seres humanos.
Para saber si los habitantes de la cueva de Qesem guardaban la médula encapsulada en el hueso para consumirla más tarde, los científicos hicieron un estudio experimental estacional (en otoño y primavera) para intentar reproducir las marcas de manera natural y otro en un laboratorio que simulaba las condiciones ambientales mediterráneas de Israel.
Los investigadores dejaron 79 metápodos a la intemperie durante nueve semanas y cada semana procesaban varios huesos, eliminaban la piel y lo fracturaban para extraer la médula que se enviaba a la Universidad de Lleida (España) para determinar su ritmo de degradación.
Al pasar el tiempo, la piel seca se queda más pegada al hueso y exige más esfuerzo para retirarla, y eso «deja un patrón de marcas distinto».
El estudio experimental determinó que las incisiones cortas y planas y las marcas de aserrado predominaban cuando se retiraba la piel dos o más semanas después, y que el número de cortes y piqueteados aumentaba a partir de la cuarta semana.
Al comparar estos resultados con los huesos de Qesem, los científicos vieron que el 80 por ciento de las marcas de los metápodos del yacimiento mostraban ese tipo de marcas, lo que confirmaba que «de algún modo, estos homínidos desarticulaban y apartaban los huesos para fracturarlos y usar la médula después», destaca Blasco.
Además, el estudio químico de la médula determinó que este alimento pierde nutrientes a partir de la tercera semana pero puede permanecer en buenas condiciones hasta nueve semanas, «un dato que encajaba muy bien» con la hipótesis de la provisión de alimentos» y que confirma que los homínidos del Pleistoceno de Qesem guardaban metápodos por su contenido medular, concluye la investigadora.