En un mundo saturado de ego, donde muchos están dispuestos a hacer lo que sea para alcanzar el éxito, la partida de Fabiola Emilia Posada Pinedo, más conocida como «La Gorda Fabiola», nos deja mucho más que lágrimas y nostalgia. Su despedida es una invitación a reflexionar sobre el propósito de la vida y la esencia del ser humano, dos temas fundamentales que el colombo-japonés Yokoi Kenji ha destacado como claves para alcanzar un éxito real y pleno.
Si un hijo o hija nos dijera que su propósito en la vida es comer, hacer chistes y hacer reír a los demás, muchos de nosotros, como padres, sentiríamos una gran preocupación. Parecería un camino incierto, alejado de lo que consideramos «prometedor». Sin embargo, la vida de «La Gorda Fabiola» nos demuestra lo contrario. Su aceptación incondicional de sí misma —física, mental y espiritualmente— la llevó a una plenitud auténtica. No basó su valor en perder peso o cumplir con estándares ajenos, salvo por razones de salud. Lo que la hizo brillar fue su capacidad de ser genuina, de abrazar su ser tal y como era, encontrando el amor, ese bien tan esquivo para muchos.
Desde la honestidad más profunda, Fabiola se aceptó a sí misma y, con ello, transformó lo que otros considerarían debilidades en fortalezas. Se rió de ellas junto a su público, convirtiendo la vulnerabilidad en su mayor poder.
Sin embargo, no solo se trataba de reírse de sí misma. Fabiola fue un bálsamo para un país cargado de tragedias. Su humor fue una fuente de alivio para una nación que necesitaba respirar, reír y sanar. Hoy, su partida se siente diferente a la de muchos personajes públicos, y especialmente distinta a la de otros humoristas. Fabiola no fue solo una profesional del humor; fue un ejemplo viviente de cómo, a pesar de que la vida parezca adversa, el verdadero éxito se encuentra en aceptarse y saber volcar lo negativo a tu favor. En su esencia, encontró su mayor riqueza.
Y tal vez, en esa risa que compartió con tanta generosidad, esté oculto un secreto para todos nosotros. Quizás, el camino a la felicidad tenga su punto de partida en aprender a reírnos, incluso de nuestra propia existencia, esa paradoja permanente que llamamos vida.
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