Resumen: Conoce a los maestros que han dejado una marca imborrable en mi vida. Descubre cómo sus enseñanzas han sido fundamentales en mi desarrollo como persona y profesional.
He tenido muchos profes, pues dos terceras partes de mi vida la he pasado estudiando. Y de casi todos guardo recuerdos interesantes: ellos me aportaron un poco de lo que hoy soy, como profesional y persona. Sin embargo, hay unos cuyo aporte fue tan significativo que siguen prendados a mi memoria, están tan presentes, y a cada día agradezco haberlos topado en mi camino. A ellos, teniendo en cuenta lo que significa el vocablo, los tengo en la categoría de maestros.
Pienso por ejemplo en mi primera maestra. Se llamaba Esneda y a ella le he dedicado ya alguna columna: Ella me enseñó algo de matemática, de “Sociales”, de “religión” –que era una sola; algo de Ciencias naturales; y más importante que ello: a leer, mejor dicho me dio alas, pues a ella le debo entender este maravilloso invento del alfabeto y sus posibilidades. Pero ella, en tiempos en que aún se hablaba de que “la letra con sangre entra”, lo hizo con un sentido maternal casi; ella enseñaba amor.
Cuando llegué a la secundaria me afianzaron aquellas primeras enseñanzas, y ya le sumaban un poco más de deporte, algo de arte y de más contacto con la comunidad. Ahí tuve dos o tres maestros que recordaré por siempre. Evoco a don Germán. Él enseñaba “Español”, pero obvió un poco del pensum las rigideces de las fórmulas gramaticales y la teoría sobre técnicas literarias, y se dedicó a ponernos a trascender el lenguaje. Cada día llegaba con una frase nueva de un autor nuevo: y la clase se iba intentando desentrañar a ese autor o esa “máxima” que proponía. El curso parecía más de Filosofía que meramente de Lenguaje. Don Germán dejó de ser esa primera mirada maternal del oficio y se volvió motivación hacia el encuentro de otras explicaciones, otros caminos. (Un paso fugaz en mi vida tuvo un profe un poco parecido a él: Jorge Lopera llegó a enseñarnos supuestamente Geometría, pero el día de su presentación nos dijo: “los colombianos no saben hablar”; sonó muy arrogante y hasta reímos. Pero él nos estaba era retando al buen dcir. Lo entendimos algunos en una actividad en el colegio en que él le cantó a las mujeres en su día, y lo hizo con tal entonación, tal maestría que valoramos su frase en aquella tarde en que lo tuvimos por vez primera).
A don Joaquín le aprendí la humildad: “compañeros voy para el grupo 8A, aunque a mi me da un poco de pena porque allá hay un muchacho que sabe más que yo”. Eso decía de mí, según me contó un tiempo después uno de sus compañeros, y claro para ese entonces yo memorizaba todo los grandes referentes de la geografía mundial (un mapamundi fue mi juguete, desde muy chico). La anécdota la miro siempre del lado de allá: un profesor que a pesar de sus 30 años de experiencia entendía que le faltaba tanto por saber: una cátedra de humildad que tanto se extraña entre quienes han hemos sido profesores.
Ese pensamiento más o menos amplio y crítico que me dio la lectura, me abriría las puertas de la universidad pública, y entonces allá, en esa universidad que realmente es universalidad, conocí cada nuevo mundo en cada profe. Por efectos de este texto quiero evocar algunos que marcaron mi camino: ellos cambiaban de piel: hubo uno de pequeña estatura y gran talante, que me enseñó a pensar el periodismo de una manera crítica, y además sembró en mi la semilla del periodismo deportivo, entendido este como la posibilidad de analizar la sociedad desde la práctica del deporte (se juega como se vive); estaba María Elena, una mujer que entendió que mi camino no serían las Relaciones Públicas – parte del pensum- y sin embargo desde su compresión, no me frustró sino que por el contrario, me daba la seguridad para que al menos rindiera académicamente; estaba Jaime Andrés, el profe profundo, que nos hablaba de la sociedad y de la cultura, y se hizo mi admiración, tanto así que quise ser como él, y por eso estudié lo que él: una maestría en Historia. En Jaime Andrés reafirmé mi pasión por la formación académica como camino. Eso sería después, ya que en el aula de la universidad, ahí a centímetros, teníamos a Juan José, el profe que ya era mito presente de nuestro oficio. Juan José era el cronista más reconocido del medio , además novelista. Eso que de pronto nuestras enfebrecidas mentes queríamos ya ser, soñábamos ser: y tenerlo ahí, tan cerca fue inspiración para tantos. “Ir por el mundo con los sentidos despiertos y el corazón despierto” es una recomendación suya, que quedó tatuada en mi mente, y ya hasta en la piel la llevo como homenaje.
Esos maestros, pues, fueron maternales, cuestionadores, incitadores, provocadores de ir nuevos mundos, comprensivos de nuestras falencias; nos enseñaron humildad con su ejemplo; fueron inspiradores. Y siempre las palabras parecen cortas para agradecerles.
Alguna vez ante la posibilidad de dar catedra en una universidad admití mi miedo y mi inexperiencia, y entonces otro gran profe, Javier, para motivarme seguramente me dijo, con algo de ironía:
- Recuerda a esos profes malos que tuviste y trata de no ser como ellos.
La frase me gustó mucho, pero ya tomada la decisión de probarme como profe, pensé mejor en algunos de los que acabo de mencionar, y me puse la tarea de imitarlos. No se si lo logré, y a veces quiero seguirlo intentando. Pero tengo la certeza de que busqué en mis alumnos hacerlos enamorar del oficio.
Creo que lo dijo Borges: Uno lo que enseña es amor