Opinión

Democracia en jaque: libertad en agonía

Foucault indica que hablar es ejercer un poder, es arriesgar su poder, arriesgar, conseguirlo o perderlo todo. Es viable ahora hablar sobre un sistema que se ha normalizado y adoptado mucho más en el imaginario colectivo que en la misma realidad: la democracia.

La democracia está en crisis, muchas personas tienen miedo; Zygmunt Bauman menciona que el miedo es uno de los factores que generan el poder dentro de la sociedad, pero también es producto del mismo, y asegura a la vez su reproducción. Actualmente es innegable el estado de incertidumbre hacia el modelo democrático en distintos países.

A través de la política se indica cómo podemos vivir mejor en sociedad, la democracia está lejos de ser una verdad absoluta, pero es un modelo asentado en la cosa pública que viabiliza la comunicación entre las personas y los fenómenos sociales que constituyen un Estado.

Castoriadis afirma que el tema de la verdad en la política radica en decidir a propósito de lo que es justo o injusto.

Se ha dicho que los griegos consideraban que sólo hay comunidad cuando hay comunicación, vale decir, tanto el lenguaje comprensible para todos que permita el diálogo, cuanto los escenarios para el mismo, que se daban en el ágora, expresión que significa a la vez la plaza pública de la ciudad y la asamblea que se reunía en ella.

 

En un texto célebre que lleva por nombre “El concepto de lo político”, Karl Schmitt encuentra que “la distinción política específica, aquella a las que pueden reconducirse todas las acciones y motivos políticos, es la distinción de amigo y enemigo”, que a su juicio tiene el sentido de “marcar el grado máximo de intensidad de una unión o separación, de una asociación o disociación”.

 

De ese modo, se destacan las dos caras del mundo político la cooperación y el antagonismo, que hacen del mismo una realidad bifronte.

La crisis de la democracia es un fenómeno que se ha extendido a nivel global, afectando a países con tradiciones democráticas arraigadas y a aquellos que han transitado en las últimas décadas hacia sistemas más abiertos. En el siglo XXI, lo que Francis Fukuyama llamó «el fin de la historia» parece desvanecerse, dando paso a un resurgimiento de autoritarismos, democracias iliberales y erosión institucional.

La democracia liberal, basada en el equilibrio de poderes, elecciones libres y derechos fundamentales, enfrenta desafíos sin precedentes. Según el informe de Freedom House de 2024, más del 60% de la población mundial vive en países donde las libertades civiles y políticas han disminuido en la última década. El auge de líderes con tendencias autoritarias como Viktor Orbán en Hungría y Donald Trump en Estados Unidos ha puesto en jaque los principios de pesos y contrapesos en diversas regiones del mundo.

En América Latina, la crisis democrática se manifiesta de manera dramática. En El Salvador, Nayib Bukele ha emprendido una guerra frontal contra las pandillas con métodos que incluyen la suspensión de garantías constitucionales y detenciones masivas. Si bien su estrategia le ha permitido atraer altos niveles de aprobación, organismos internacionales advierten sobre la instauración de un modelo de hiperpresidencialismo peligroso para el Estado de derecho.

Muchas de sus decisiones, recaen con precisión sobre las líneas de Nicolás Maquiavelo: “cuando se trata de tomar una resolución de la que dependa por entero la salud del Estado, nadie debe detenerse en consideraciones sobre lo justo y lo injusto, lo piadoso o lo cruel, lo que puede ser plausible o ignominioso. Omítase todo esto y tómese resueltamente aquel partido que salve al Estado y mantenga su libertad.”

Por su parte, en Guatemala, el intento de desconocer la victoria de Bernardo Arévalo y las maniobras de las élites para evitar su asunción presidencial evidencian la fragilidad de los procesos electorales en la región.

África tampoco escapa a esta tendencia. La ola de golpes de Estado en Malí, Burkina Faso y Níger refleja la persistente inestabilidad de regímenes que no han logrado consolidar estructuras democráticas robustas. En Túnez, el presidente Kais Saied ha revertido los avances de la Primavera Árabe al consolidar un poder personalista y desmantelar el parlamento.

Asia presenta un panorama mixto. Mientras en la India se observa un declive en la calidad democrática con el gobierno de Narendra Modi restringiendo libertades de prensa y sociedad civil, en Taiwán y Malasia se han registrado mejoras en representación política y Estado de derecho. China, por su parte, continúa fortaleciendo su modelo de capitalismo autoritario, con una represión sistemática sobre Hong Kong y el control absoluto del Partido Comunista sobre la sociedad.

Hannah Arendt y Karl Popper advirtieron que la democracia nunca está garantizada, sino que es un proceso en constante construcción. Arendt alertó sobre la banalidad del mal y la facilidad con la que regímenes totalitarios pueden tomar el poder cuando la ciudadanía se despolitiza. Popper, por su parte, defendió la idea de una sociedad abierta, donde las instituciones sean lo suficientemente sólidas para resistir los embates del autoritarismo.

La crisis de la democracia se entrelaza con la creciente desigualdad. Thomas Piketty ha señalado que la concentración del capital en manos de unos pocos erosiona la participación política efectiva de las mayorías. En Estados Unidos, por ejemplo, el sistema de financiamiento de campañas electorales permite que grandes corporaciones y élites económicas influyan desproporcionadamente en la política, alejándola de los intereses populares.

Los ideales políticos pueden absorber del todo la vida individual hasta los extremos del heroísmo y el martirio. Ahí se da una experiencia profunda de la acción colectiva, de la pertenencia a un todo social.

En conclusión, la crisis de la democracia es un fenómeno global que responde a múltiples factores: desigualdad, populismo, debilitamiento institucional y desinformación. Sin embargo, también hay focos de resistencia y avances democráticos en diversas partes del mundo. La historia nos enseña que la democracia no es un destino, sino una lucha constante, y su defensa requiere de una ciudadanía activa, informada y comprometida con los valores de la libertad y la justicia.

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