Abandonados hace un siglo a su suerte bajo el sol, los caballos salvajes del desierto de Namibia protagonizan una historia de supervivencia que fascina desde hace décadas a locales y turistas. Su extinción, sin embargo, podría estar cerca: hienas y sequías los han reducido a solo 74 ejemplares.
Históricamente, nunca han sido muy numerosos, pero su población se mantenía siempre por encima del centenar. De hecho, hace solo cuatro años había cerca de 300 caballos, según los cálculos de Namibia Wild Horses, una fundación sin ánimo de lucro que trabaja en su preservación.
«La antigüedad de los caballos es de unos 104 ó 105 años. Había un criadero al borde del desierto de Namibia que los mantenía para las minas de diamantes, para el trabajo y también para recreo. Durante el tumulto por la Primera Guerra Mundial, el dueño fue repatriado a Alemania y estos caballos quedaron libres», explica a Efe Mannfred Goldbeck, presidente de Namibia Wild Horses.
Los animales se asentaron entonces en una zona al extremo meridional del desierto de Namib conocida como Garub, donde había una estación ferroviaria que tenía agua.
Durante varias décadas galoparon a su libre albedrío, pero en 1986 el terreno pasó a ser parte del parque nacional Namib-Naukluft (que ocupa una gran porción del oeste de Nambia) y el vallado de la zona limitó su capacidad para trasladarse.
Viven en pequeños clanes extendidos en una zona de unos 60 kilómetros de ancho y, a simple vista, no se diferencian de los caballos domesticados, excepto porque la dureza de las condiciones los mantiene pequeños y delgados.
Pertenecen a tres razas que, como todos los caballos, llegaron al sur de África de manos de los colonizadores europeos.
Irónicamente, el hecho de que el hábitat de estos animales forme parte del parque natural restringe ahora también la capacidad de acción de los conservacionistas y de la comunidad local, que han visto decrecer de forma inexorable su población desde 2013.
En todo ese periodo, ningún potro ha sobrevivido para alcanzar la edad adulta.
Los ataques de las hienas son la principal explicación, pero tampoco ha ayudado la grave sequía que padecieron grandes zonas del sur de África entre 2015 y 2018.
Namibia Wild Horses ha ofrecido incluso hacerse cargo de su custodia al Gobierno, cuyos esfuerzos hasta ahora han sido escasos o ineficientes, en especial en lo que a las hienas -que tampoco son oriundas de la zona- respecta.
Su propuesta incluye comprar terreno cerca pero fuera del parque y reubicarlos allí. Seguirían siendo propiedad del Estado y estarían accesibles a los turistas, pero la fundación se haría cargo de cuidarlos.
De momento, el Ejecutivo liderado por el presidente Hage Geingob, rechaza esta opción, si bien el año pasado la preocupación por la supervivencia de los equinos motivó que el Ministerio de Medioambiente y
Turismo cambiase su postura de «no interferencia» para dar luz verde a la captura de las hienas.
«Las hienas y los caballos están en una zona protegida, pero las hienas se extienden. Hay explotaciones agrarias bordeando el parque y las hienas se estaban alimentando de ovejas, así que los granjeros actuaban contra ellas. Como no hay tantas explotaciones por las sequías, buscan otra comida y ahora son los caballos», detalla Goldbeck.
Dar caza a las hienas dentro del parque tampoco ha sido una decisión exenta de polémica, porque va contra los principios del parque y de los propios animalistas.
«Nos entristece tanto como al que más, pero además el problema es que el Ministerio ha actuado demasiado tarde», agrega el presidente de Namibia Wild Horses.
Goldbeck, no obstante, apunta con optimismo que al menos el Gobierno ha reconocido el valor natural y el potencial turístico de estos corceles salvajes -se estima que mantienen unos 150 empleos en pequeñas localidades de esta desértica zona- y está considerando distintos planes de acción.
«Eso no era así en el pasado, antes decían ‘si no pueden sobrevivir hay que dejarlos morir'», recuerda este activista, que también recalca, en defensa de la propuesta de la fundación, que la supervivencia de los caballos ya dependió en el pasado de la intervención humana directa, con suministro de alimento en los periodos de sequía.
«Podemos cuidarlos fuera del parque si obtenemos el permiso del Ministerio», asegura Goldbeck, pero «nos preocupa que no vaya a haber una próxima generación de caballos».
Por Nerea González