Mick Jagger cumple mañana 75 años, pocas semanas después de haber cerrado una gira con los Rolling Stones en la que ha demostrado que conserva una forma física más propia de un atleta veterano que de un viejo rockero.
Bisabuelo y padre de un niño de menos de dos años al mismo tiempo, el cantante británico parece haber pasado página del suicidio en 2014 de L’Wren Scott, su pareja durante trece años, uno de los episodios más oscuros de su vida.
A pesar de las profundas arrugas que surcan su rostro, ha logrado mantener la imagen de juventud perpetua que exhibe sobre los escenarios desde hace más de medio siglo, siempre vestido con pantalones ajustados y americana entallada.
Jagger sigue contoneándose al inicio de sus conciertos al ritmo de «Sympathy for the Devil», un tema que grabó en el verano de 1968, y rodeado de pantallas gigantes en las que arde un fuego luciferino.
«Permítanme que me presente, soy un hombre acaudalado y de gustos refinados», recita al inicio de sus actuaciones, en las que llega a recorrer más de diez de kilómetros entre saltos y carreras por el escenario.
El líder de los Stones, al que los tabloides británicos apodan «Caderas de serpiente», no rehusó los excesos propios de las estrellas de la música en las primeras décadas de su carrera, pero cambió de rumbo antes de que terminaran los años noventa, preocupado tanto por su salud como por su imagen.
El deporte y una dieta disciplinada, junto con sus genes y antecedentes familiares, han jugado a su favor para mantener la misma figura flaca del adolescente que actuaba gratis en los bares de Londres a principios de los sesenta.
Uno de sus principales ejemplos vitales fue su padre, un profesor de educación física que vivió hasta los 93 años y diseñó algunos de los programas de entrenamiento que ha seguido.
La ética de trabajo puritana que le inculcó su progenitor ha cimentado también, de forma paradójica, la extensa carrera musical de Jagger, que ha compuesto sin descanso innumerables temas dedicados a la rebeldía y los excesos, desde que en 1950 coincidió en la escuela primaria con Keith Richards, el futuro guitarrista de los Stones.
La música y el estilo de vida son solo dos de los tres pilares que definen la vida de Jagger. El tercero son sus complicadas relaciones familiares y de pareja.
En diciembre de 2016, el músico asistió en un hospital de Nueva York al nacimiento de su octavo hijo, al que llamó Deveraux Octavian y que tiene 45 años menos que su hermana mayor, Karis.
La madre del pequeño Dev, la bailarina de ballet estadounidense Melanie Hamrick, tenía 29 años cuando dio a luz al que era su primer vástago.
El romance con Hamrick permitió aparentemente que Jagger pasara página del suicidio en 2014 de la que había sido su novia durante 13 años, la exmodelo y diseñadora de moda L’Wren Scott, que apareció ahorcada en su apartamento de Nueva York.
Jagger se declaró devastado por la muerte de Scott y suspendió los conciertos de los Rolling Stones durante dos meses, hasta que en en mayo de aquel año, en Oslo, volvió a enfundarse los pantalones de pitillo y retomó el repertorio habitual de la banda ante 23.000 personas.
Una semana antes, había sido bisabuelo por primera vez, su nieta Assisi Jackson, que entonces tenía 21 años, dio a luz a una niña.
El mal trago de la muerte de Scott se fue difuminando con los años y el cantante retomó una vida disipada de soltero de la que no se han dejado de hacer eco los tabloides del Reino Unido.
Pocos meses después de haber tenido a su octavo hijo con Hamrick, The Sun reveló que el músico mantenía en París otra aventura con una joven estadounidense de 22 años, un nuevo cotilleo en torno a su vida que mantiene intacta la leyenda de que el tiempo no pasa para Mick Jagger al mismo ritmo que para el resto de los mortales.
EFE