La reciente COP16 en Cali, Colombia, ha dejado un sabor agridulce. Si bien se ha erigido como la cumbre de biodiversidad más concurrida de la historia, los resultados tangibles parecen escasos. La falta de acuerdos concretos sobre financiamiento para la protección de la naturaleza plantea serias dudas sobre la efectividad de estos megaeventos.
¿Por qué, a pesar de las buenas intenciones y la retórica optimista, seguimos ayudando a un declive acelerado de la biodiversidad? La respuesta parece residir en una compleja maraña de intereses, burocracia y falta de voluntad política.
Las organizaciones multilaterales, diseñadas para fomentar la cooperación internacional, a menudo se convierten en fortines donde los intereses particulares de las naciones más poderosas prevalecen sobre el bien común. Los fondos destinados a la conservación, en lugar de llegar a las comunidades locales y los ecosistemas más vulnerables, se diluyen en proyectos burocráticos y estudios de viabilidad.
La COP16, al igual que sus predecesoras, ha demostrado ser un excelente escaparate para la diplomacia ambiental, pero ha fallado a la hora de traducir las promesas en acciones concretas. Los aviones presentados por los gobiernos carecen de la ambición y los recursos necesarios para revertir la pérdida de biodiversidad.
Es hora de reconocer que la crisis de biodiversidad no se resolverá con más conferencias y declaraciones de buenas intenciones. Necesitamos un cambio radical en la forma en que abordamos esta problemática.
A pesar de los esfuerzos de Colombia por presentar un plan de acción para proteger la biodiversidad, la falta de financiación es un obstáculo insuperable. La «Paz con la naturaleza» se queda en un lema vacío si no se traduce en acciones concretas.
Este evento mundial ha sido una oportunidad perdida para avanzar de manera significativa en la protección de la naturaleza. El llamado es a la sociedad civil, científicos y un creciente número de expertos en la materia para generar acciones urgentes y concretas a nivel local, para que los gobiernos escuchen este clamor y tomen las decisiones difíciles que se necesitan para garantizar un futuro sostenible para nuestra biodiversidad.