Tal vez uno de los primeros requisitos para saber ser respetuoso y hacerse respetar, es conocer y reconocer coherentemente, la diferencia entre sujeto y objeto, animal y ser humano e inmanencia y trascendencia.
Ni la actitud, ni el modo de tratarse o de relacionarse con otro ser de nuestra especie, definen lo que el beneficiado o la víctima son en sí mismos, de lo que se derivan sus modos de ser y lo que tienen de perfeccionables, también respecto a su capacidad de conocerse y enterarse de otros seres personales.
La decisión y la acción, marcan el nivel de coherencia con el propio ser, que es despreciado cada vez que se contradicen los referentes de protección, defensa y desarrollo, de las perfecciones mayores, las más profundas.
Quien atenta contra lo que más debería proteger y saber aprovechar para lograr bienes mayores, es la mayor víctima, se hace una persona menos buena en su capacidad de perfeccionarse y con más dificultades para rectificar y cambiar.
El irrespeto por acción u omisión, dificulta futuros aciertos y facilita la repetición de la conducta, por la flexibilidad propia del cerebro humano y por los cambios psicológicos y espirituales que suceden en una persona por cada una de sus aceptaciones y los rechazos deliberados.
No basta ser libre de hacer lo que se quiere; hace falta, si se pretende vivir el respeto a sí mismo y a los demás, que el modo de ejercer la libertad sea el más perfeccionante posible de sí mismo, los demás, el entorno y las generaciones futuras.
La persona humana, en la medida en que es inteligente y culta, es también capaz de elegir asertivamente sus propias actitudes y el modo como gestiona sus tendencias y metas, que tienen el valor de poder aportar al logro del sentido o razón de ser de su vida -el que coincide con quien es, no el que se inventa o del que le persuaden otros-, en la proporción de su desarrollo anatómico y fisiológico cerebral, que termina a los 18 años, y de su aprovechamiento de los entornos familiar y cultural, en que ha tenido la oportunidad de desarrollarse.
Esta es la causa de que en su propio ser, si es psíquicamente sana, perciba el autorreclamo para que viva la unidad entre su coherencia lógica y las propias actitudes y conductas.
Respeto es el reconocimiento del valor y los derechos propios y de los demás, a través de los pensamientos, actitudes y conductas, teniendo en cuenta una jerarquía adecuada de bienes respecto de sí mismo, los otros seres personales y el entorno natural y artificial, y las diversas circunstancias en que se ha de actuar.
Cada ser reclama respeto o reconocimiento coherente, de la perfección en que consiste.
Para poder aprender a respetar hay que comenzar por saber jerarquizar.
El respeto a sí mismo se evidencia en el empeño que se pone por ser la mejor persona posible. El respeto a los de la propia especie se logra facilitando, en todo lo que de cada uno depende, que el mayor número de seres humanos logre también esta meta.
Esto se alcanza sumando lo positivo hasta poseer cada uno el bien que le corresponde según las perfecciones que lo constituyen. Cada esfuerzo es ocasión de manifestar el reconocimiento y consiguiente respeto.
Quien es respetuoso actúa con la mejor intención y por eso estudia bien antes de tomar decisiones sobre cómo reaccionar ante estímulos internos y externos. También pone los medios para conocerse y enterarse mejor de los demás, respecto a su historia, rasgos socioculturales, características psicológicas, circunstancias familiares, capacidades físicas e intelectuales, aspiraciones, rasgos psicológicos, edad, salud, experiencias y los datos puntuales sobre los bienes compartidos y alcanzables en la relación que se tiene con cada uno.
Las fuentes del respeto no son el temor, por el que a veces se queda la persona sin hacer el bien debido, ni la vergüenza injustificada o el miedo que, al ser un sentimiento, siempre es un bien menor respecto a la persona, ni la indiferencia ante las necesidades de los demás, ni guardar distancias para “evitarse problemas”, ni la falta de lealtad o la complicidad, aunque se disfrace de “pluralismo” o “deferencia”.
El irrespeto es no reconocer, con las propias actitudes y conductas, a cada uno por su valor fundamental: el de su humanidad o perfección consistente en ser una realidad espiritual y a la vez corporal, miembro de la única especie en la que cada individuo tiene ambas perfecciones que son las que lo constituyen: Homo sapiens sapiens.
La sabiduría no es confundible con la perfección bioquímica, aunque también se requiera para que esa capacidad de mantenerse firme en la mejor opción sea lograda y bien expresada con todo el ser corporeoespiritual.
No existe el derecho al irrespeto, porque se fundamentaría en una fantasía de ambición a costa de la integridad, vida, salud y desarrollo, de sí mismo y de terceros. El irrespeto supondría poner medios para descuidarse, desatender o sacrificar a otros seres humanos, con argumento de “avanzar”, como si el principal referente de progreso fuera la acción y no la incondicionalidad en el respeto a cada ser humano sin excluir a alguno.
El irrespeto no queda justificado con argumentos de avanzar en bienes personales o sociales, como la investigación a costa de la integridad de algunos “para beneficiar pronto a más” o por procurar satisfacciones nuevas o más intensas, en sí mismo o en otros.
Otras falsas excusas al irrespeto suelen difundirse con argumentos de mayor bien a los seres vivos, por ejemplo, “para hacer una especie humana mejorada que no contamine la naturaleza”. Son falacias porque, al ser inferior toda acción respecto de su autor, el resultado no será un ser mejor que el autor.
Sin límites no hay referencia de lo bueno. Por ejemplo, el Estado no puede, ni siquiera con argumento de proteger a los menores, irrespetar el derecho fundamental de los padres a dar la que consideran, con su inteligencia, cultura, amor y demás recursos, la mejor educación para que sus hijos vivan a plenitud los derechos basados en la perfección en que consisten como seres humanos.
Este referente constitutivo es también fundamento de la universalidad al respeto de cada ser humano durante su ciclo vital completo, de modo independiente a los intereses propios y de terceros.
El respeto se alcanza gerenciando mejor los propios impulsos, en la dirección del perfeccionamiento personal y de cada otro ser de nuestra especie.
El entorno se beneficia con un plus de respeto, cuando se valora como ocasión para el mayor desarrollo humano de cada miembro de la generación actual y las futuras.
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