Cada día avanza la universalización del acceso a la cultura, acelerada en las tres últimas décadas por medios electrónicos, especialmente internet, que detonaron otros logros científicos y tecnológicos, y las facilidades para desplazarse con ayudas que van siendo, aunque lentamente, más compatibles con el cuidado del entorno.
Esto ocasiona que se multipliquen los retos relacionados con la síntesis honesta; de lo contrario, predominarían los fracasos evitables y su consiguiente entorpecimiento del desarrollo humano.
Cada miembro de la sociedad con uso de razón, por tener capacidad de enterarse de la concordancia entre el pensamiento y la realidad, es responsable de su esfuerzo intelectual para dar lo mejor de sí mismo, no solo en el mundo del trabajo cada vez más exigente en el desarrollo de competencias, sino también respecto al conocimiento sobre quién es uno mismo, cuál es su identidad y su razón de ser, en el contexto de todos los demás seres, y cómo hacerse mejor persona con ocasión de lo que sucede y de lo previsible, con sus capacidades como ser humano, miembro de una familiar, su sociedad y especie.
Hace falta aprender a verificar habitualmente, si uno mismo y aquellos de los que se es responsable, han ido al mejor ritmo en el cultivo de lo exclusivamente humano, que es la perfección consistente en ser una realidad corporeoespiritual, como lo evidencian las aspiraciones más profundas no coincidentes con la caducidad del propio cuerpo biológico que posee una forma temporal que inicia en la concepción, y, en el contexto de la historia del universo, muy pronto desaparece y vuelve a ser partículas de energía que se unen con otras causando nuevas formas.
Esto sucede según unas leyes físicas y químicas a las que está sujeto el Cosmos –por lo tanto este conjunto de seres limitados no es lo que las dispuso–, porque no son cambiables por los que les están sujetos.
En el universo conocido, estas leyes son aprovechables de modo reflexivo por solo la especie humana y, dentro de ella, los que tienen condiciones biológicas que hacen posible que su cuerpo sea cauce de su otra perfección real constituyente: el espíritu, capaz de consolidar cultura –cultivo del espíritu, que también es cuidador del cuerpo y del Cosmos que conoce, en la medida en que sabe amar de un modo perfeccionante de sí mismo, es decir, haciéndose mejor cuerpo con su espíritu y mejor espíritu con su modo de vivir en cada momento su cuerpo.
Fortaleciendo la unidad y, por lo tanto, el pleno desarrollo, de cada ser humano, con el conocimiento y el amor coherentes, se detonará el cuidado de la naturaleza, también a través del avance científico y tecnológico: lo superior perfecciona, potencia y eleva lo inferior, en beneficio de cada ser humano sin ser en algún momento excluyente con otro ser personal y, en primer lugar, sin serlo con el Autor siempre providente en el inicio, itinerario y final, de las leyes mencionadas y sus aplicaciones en el Cosmos.
Providencia es cuidado amoroso, primer y mayor rasgo originario de la identidad de todo ser causado: el amor que expresa el modo con que se es providente conmigo, evidencia lo que valgo, mejor que cualquier otro referente: amar es cuidar del mejor modo.
Este es un recurso de corroboración irrenunciable de calidad de cada humanismo perfeccionante y facilitador del logro del sentido de la vida de todo ser humano: si quien causa es más perfecto que lo causado, el grado de perfección de lo originado es el de la proporción de su similitud a quien lo causó, que es quien determina el bien buscado al causar y dar continuidad al ser causado –es la compañía más perfeccionante e íntima.
Este referente necesario para cualquier humanismo, asegura el origen y el encuentro de sí mismo en el ser causado y, por lo tanto, la respuesta satisfactoria a las preguntas existenciales, profundas, transtemporales y transculturales, arriba mencionadas.
El fundamento de un humanismo a la altura de cada ser humano, es el reconocimiento de un ser real, irremplazable por despersonalizaciones fantasiosas de sus cualidades –como “[…] la verdad y la justicia, fundamentos únicos y eternos de toda existencia que realice la capacidad innata de perfección que hay en el ser humano”.
Esta frase, de la Declaración de principios de una conocida Universidad colombiana, requiere una relectura desde los conocimientos humanísticos más avanzados, tarea genuinamente universitaria a la altura de su buen talento humano, capaz de diferenciar entre error y conocimiento, acierto y desacierto, opinión y evidencia.
Cualidades personales sin persona, a nadie que sea también persona –es decir, espíritu o realidad simple, y el ser humano es corporeoespiritual–, lo satisface en sus ansias más íntimas: solo nos satisface amar plenamente a quien no tiene esas cualidades como un modo de ser, sino que en él sean su Ser y, por eso, es capaz de participárnoslas.
Es responsabilidad de cada uno aportar lo más que pueda, a un mejor humanismo; es una respuesta teórica y práctica de quienes, si estudiamos la historia, notamos que han sabido agradecer espiritual y físicamente, sin despersonalizar las propiedades de un ser que es persona porque se caería en el antipersonalismo que es, en su primera expresión, la autodestrucción con manifestaciones que algún filósofo denominó de “lobo”.
Aspirando a cualidades sin persona que las posea, no se puede tener la alegría de amar y ser amados, y la de ser agradecidos.
Un buen humanismo se nota en los modos como se reconoce que la persona es constitutivamente apertura a otras personas, sin exclusiones y con impacto positivo en el entorno.
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