“La mentira no está en las palabras, está en las cosas.”
Italo Calvino
Cada que nos acercamos a los procesos electorales emergen una serie de magos que hacen aparecer lo que según ellos estaba invisible. Como en un acto de magia, la ciudad, la plaza, los problemas sociales, la crisis económica, los habitantes de calle, el hambre, la carestía y un sin número de situaciones que agobian nuestra sociedad, salen como un conejo dentro del sombrero del mago, para que con asombro salte lo oculto, lo que nadie vio y que ahora se revela con fuerza sobre nosotros en el espectáculo prelectoral.
Magia de la cara y de la barata está fluyendo por redes sociales en las últimas semanas, algunos con talento y otros con gran retórica sacan sus mejores encantamientos para atrapar la atención del público, sobre todo para incendiar el estado de opinión con calumnias, acusaciones y cuentos con poco sustento. Ya no basta seguir reproduciendo el viejo método de poner puentes donde no pasan ríos, ahora la novedad consiste en desconocer la realidad, para que luego, cuando se abran las campañas, cada candidato se crea portador de una revelación que está a punto de ser informada, como una quimera que desatará la gran transformación social de la ciudad.
Para nadie es un secreto la situación social que se presenta en algunos lugares de la ciudad, en especial, en aquellos espacios donde la concentración de la problemáticas sociales se aglomera con el vertiginoso, exponencial y expansivo crecimiento urbano y demográfico, que incrementan las necesidades de los ciudadanos. La búsqueda de resolución de necesidades no dirime de los aspectos estéticos, económicos, políticos, sociales y culturales que cohabitan los lugares de la ciudad.
Las necesidades sociales no piden permiso para su resolución, van expandiendo sus focos de acción, si ello logra sustento en modos subsidiarios y parasitarios que puedan solventar el día a día de una situación precaria. La movilidad de la crisis social, es la clave para entender el fenómeno expansivo de sectores poblacionales de la ciudad, que van incrementando su presencia y estancia del espacio público, tomando posición de transitoria a permanente, si allí se logran establecer circuitos económicos, que reproducen la subordinación y la dependencia de las necesidades sociales, a los grupos de control que mantienen la cadena de lucro con la pobreza y la miseria. Hay dueños de los pobres que se lucran con sus necesidades.
La miseria y la pobreza son problemas sociales profundos, implican tiempo y estrategias de resolución, que superan las definiciones transitorias de las instituciones del poder local. Por ello, romper con las economías parasitarias que se lucran de los espacios donde se reproduce la explotación sexual, la venta y consumo de drogas, los modos de comercio subterráneo e ilegal donde se promueve el hurto, el raponeo, entre otros, va más allá de acciones inmediatas y urgentes, lo cual requiere la articulación de un gran conglomerado de instituciones, sectores y grupos de la sociedad, comprometidos a la resolución de problemas tan sensibles que se desarrollan en la ciudad y que no dependen exclusivamente del control de las autoridades locales.
Sin embargo, hay quienes omiten estos temas porque ven en la ocasión de lo coyuntural y en las acciones urgentes de los gobernantes, el mejor escenario para que fluya la magia de la falacia mediática. La pobreza y la miseria son más bellas cuando sirve para los objetivos proselitistas, es útil y perceptible cuando se necesita capturar opiniones de un electorado sensible a las causas sociales.
Ahora que la Plaza Botero fue intervenida por la Alcaldía de Medellín para recuperar el patrimonio cultural y social de la ciudad, no pocos candidatos han saltado a la vista, aprovechando el cuarto de hora para entrar en escena, ante la oportunidad de promover sus críticas como las portadoras del sentido social en defensa del espacio público. Pero como toda coyuntura política, lo que no sirve para instrumentalizar la indignación contra la administración, rápidamente es desechado por el marketing electoral.
Intentaron enfrentar la ciudadanía denunciando un supuesto cerramiento autoritario de la plaza y lo que sucedió fue lo contrario: se abrió una profunda reflexión democrática que hizo visible la necesidad de dignificar el espacio y sus habitantes, como un territorio de derechos culturales y sociales, que requiere atención integral como se está haciendo ahora y no como una simple promesa de los discursos proselitistas cada periodo de campaña.
Los filántropos populistas, insisten en la situación social y material de los comerciantes y venteros, enfocados en el circuito económico restringido que afectará el sustento del diario vital de éstos, pero omiten la cadena de derechos sociales y económicos de los que están privados los habitantes del espacio. En el discurso electoral solo es importantes una selección de derechos, porque hablar sobre la verdadera situación social de los pobres de la ciudad y quienes se lucran con su miseria en la economía subterránea ilegal, quita votos y posibles aliados.
De la misma manera, sucede con los escándalos ocasionales de prostitución, proxenetismos, trata de personas, explotación sexual, en especial menores de edad, en las inmediaciones del Parque Lleras, que a todo el mundo ruboriza. Se producen noticias de rápido consumo mediático, en especial, cuando la administración distrital plantea soluciones que afectan las rentas criminales ilegales, que sustentan en gran parte las redes de la narco economía que domina algunos sectores de la ciudad. En campaña, las soluciones de los gobernantes se desacreditan y los problemas se exacerban, porque no hay mejor publicidad que jugar con las necesidades sociales y candidatizarse con las expectativas de la gente. La miseria y la pobreza siempre serán los mejores postulados.
Pero si nos fuéramos a las raíces del negocio que compromete un empresariado subterráneo, ilegal y mafioso internacional y local en la ciudad, los candidatos pierden su magia, los encantamientos no pueden conjurar sus afiladas críticas, porque prefieren omitir la revelación que a lo ojos de todos sucede, la ciudad vuelve a ser invisible, porque esto posiblemente afecte el respaldo de los comerciantes de bien, a los nuevos y prominentes dirigentes.
Para que la ciudad sea visible, hay que hablar del derecho a la ciudad y la necesidad de garantizar que quienes la habitan tengan las posibilidades efectivas para la materialización y resolución de sus necesidades. Un espacio en sí mismo no es significativo, si quienes lo habitan padecen los vejámenes de la crisis social y económica a diario. Medellín ha logrado en los últimos tres años avanzar en darle significado práctico y real al derecho a la ciudad, entre ellos la reducción de la tasa anual de homicidios, dan cuenta de la posibilidad de hacer de esta gran urbe, un lugar para vivir dignamente en y para la democracia.
Medellín es presente y futuro de la realización del derecho a la ciudad y su posibilidad efectiva, depende también de unos liderazgos capaces de estar a tono con las exigencias sociales cada vez más crecientes que requieren mayor sensibilidad, asertividad, cohesión social, gestión y compresión de los desafíos que materia ambiental, géneros, diversidad, entre otros, están imponiendo las nuevas generaciones de ciudadanos que aspiran a vivir en una ciudad democrática en todos sus órdenes. Este es un buen momento para hacer visibles todas esas aspiraciones colectivas, sobre cómo queremos vivir nuestro espacio común que nos identifica como ciudadanos de la capital de la primavera.
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