El canario en la mina

Resumen: Como en cualquier otro concurso del planeta, y dado el ingente volumen de títulos que se imprime cada año, no basta con ser el mejor para ganar

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La reciente publicación de los seis finalistas al prestigioso Premio Booker Internacional constituyó una auténtica catástrofe para la literatura iberoamericana pues, aunque la mexicana Dahlia de la Cueva y sus “Perras de Reserva” rozaron con sus dedos el boleto al Tate Modern de Londres para asistir a la ceremonia de premiación, el jurado del galardón decidió que este año ninguno de los textos nominados tendría al español como su lengua de origen. Un estrepitoso fracaso que en 20 años de fundación de dicha competición sólo nos había ocurrido en dos ocasiones, la última de ellas hace casi una década, cuando Han Kang y “La Vegetariana” ya venían dando pasos de animal grande.

Aunque parezca un detalle sin mayor trascendencia, y para algunos el Premio Booker Internacional no sea más que una guachafita snob de media tabla, no podemos olvidar que hoy por hoy se trata del certamen literario más importante del Reino Unido y que, por ende, el que la segunda lengua materna más hablada del planeta y la cuarta con más ganadores del Premio Nobel de Literatura se quede sin opciones incluso antes de que empiece la pugna por los votos decisivos es algo simplemente vergonzoso. Con 21 países que tienen al español como primera lengua, y con el músculo que exhibe el mercado editorial tras su florecimiento pospandémico, somos una demoledora potencia de las letras con la obligación de aspirar con posibilidades a todos los reconocimientos existentes. Lo demás son excusas.

Como en cualquier otro concurso del planeta, y dado el ingente volumen de títulos que se imprime cada año, no basta con ser el mejor para ganar, sino que también se requiere de un gran esfuerzo transversal que va desde el editor original hasta los críticos de libros en otras latitudes. Todos moviéndose en tándem para dar a conocer una obra, exportarla en el momento adecuado, traducirla con los mejores y luego fomentar su lectura entre los círculos de influencia cercanos a los cuerpos colegiados que emitirán el glorioso veredicto. El mejor escritor de la historia del planeta podría estar hoy en Vanuatu, pero sin la infraestructura adecuada dándole un buen empujón su trabajo no conseguirá trascender más allá de la sala de su casa. Y tal vez aquí es donde estamos fallando.

Sólo así se podría explicar que en los 25 años previos al 2000 acumuláramos cuatro Premios Nobel y en los 25 años posteriores sólo uno, y teniendo en cuenta que Vargas Llosa es parte del boom latinoamericano del 60 la ineludible realidad es que la literatura contemporánea en castellano está en deuda y atraviesa una profunda crisis que poco tiene que ver con el material, pues se escribe bastante y con muy alta calidad, y mucho con el engranaje interno que silenciosamente y tras bambalinas consigue llegar a lo más alto y hace que el mundo entero admire la fuerza narrativa de nuestras voces.

El papelón de este año en el Premio Booker Internacional es el canario en la mina que nos indica que algo no está funcionando bien. Escuchémoslo y hagamos algo al respecto.

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Redacción Minuto30

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