Si alguien sabe bien lo que es un viernes oscuro -y un lunes, un martes o un domingo-, es un caraqueño: en marzo, Venezuela pasó casi dos semanas entre apagones. Sin embargo, los centros comerciales son oasis en la capital, un vergel que florece entre dólares y que este viernes se dejaron seducir por el «Black Friday».
Bajo el nombre comercial que ha importado jornadas de consumo de EE.UU., enemigo oficial del Gobierno, centenares de personas cruzaron las puertas de los centros comerciales de Caracas como quien se adentra en una realidad paralela, una en la que la crisis que vive el país se queda en la puerta y se puede olvidar por un momento la realidad que le circunda.
Son centros comerciales como el Sambil o el Tolón de la capital venezolana que acaban por convertirse en una bola de nieve, esos juguetes infantiles que mantienen la Navidad eternamente presente aunque el más duro de los veranos azote fuera.
«Un centro comercial me llena de otra cosa, de felicidad, tranquilidad, relax, ver cosas lindas, ver gente y tiendas bonitas, bien armadas», explica a Efe Irma Casquino, una mujer que ha aprovechado la jornada de descuentos aunque no tiene muy claro el nombre ni lo que la motiva.
Sin embargo, cuando sale del centro comercial se encuentra con que «la calle de verdad que da tristeza», allí solo ve «gente triste como apagados, realmente no pareciera que es Navidad».
UN ESPEJISMO DE NOSTALGIA
Sin embargo, a su alrededor tiendas nacionales a internacionales hacen su agosto en pleno noviembre. Las filas se multiplican y, lejos de las escenas de locura que se viven en otros países, en Caracas también se deben organizar para los ingresos a las tiendas.
A la puerta de cada uno de los establecimientos que se han sumado a las ofertas de «Black Friday» se planta al menos un empleado de seguridad que, inflexible, solo deja pasar a los compradores por grupos.
Es cierto que en buena medida se debe al espacio pero tampoco la realidad venezolana está ausente.
En Caracas, una de las ciudades más violentas del mundo, cada potencial comprador debe mostrar sus bolsos a las entradas y salidas de las tiendas y si hubiera una avalancha de compradores la tarea de seguridad se complicaría
A SATÁN ROGANDO
El presidente venezolano, Nicolás Maduro, lo dijo hasta la extenuación, le declaró la guerra e incluso lo demonizó: el dólar no era bienvenido en su país.
Sin embargo, este se ha abierto paso poco a poco de forma tozuda frente a un bolívar cada vez más inestable y hoy es el pan de cada día para compradores y tiendas. Es el verde estadounidense el que ha dado estabilidad a los vendedores y es esa moneda la que hoy circula en el «Black Friday» y le da garantías de pervivencia.
De Estados Unidos primero llegó su moneda y luego se adentró su jornada de consumo.
Tan es así, que apenas a unos metros de donde Irma espera para entrar a comprar se acumula otra fila: es la de pagar unas prendas en oferta.
Los compradores, que se encuentran con conocidos y se saludan sorprendidos, no pueden evitar una expresión de sorpresa -«qué horror»- al ver ese segundo obstáculo hasta su premio.
ZAPATOS A TUTIPLÉN
Emerson Viera, otro comprador, se lleva tres pares de zapatos pagados en dólares pero asegura que «hacen falta» y los consiguió a buen precio: «Jamás lo hubiésemos podido conseguir en precio normal».
«Si no, no me visto más y andaré sin zapatos. Es necesario al final», explica acerca de la paradoja de poder comprar en un contexto de crisis que se ha llevado por delante buena parte del PIB venezolano y la capacidad adquisitiva de sus ciudadanos.
Erik Bravo, sonríe mientras escucha, es el subgerente de Estivanely, una tienda de ropa, y sabe que el viernes aparte de intenso puede ser un gran día para el establecimiento en que trabaja.
Explica que a su tienda llega todo tipo de clientela pues «ahora para nadie es un secreto que Venezuela tiene una dolarización no oficial» lo que les permite tener acceso a las compras. Ya no tienen «un ‘target’ de clientes que compren en bolívares o en dólares».
«Ahora todo el mundo compra en dólares», resume.
EL OBSTÁCULO
Ese es el mayor obstáculo que deben salvar los caraqueños que quieren llevarse sus regalos de Navidad. Lo explica Marvelyn Rodríguez, con un niño en brazos, que ha aprovechado el día para comprar unas impresoras.
«Es complejo porque el sueldo del venezolano no te alcanza para cubrir ni siquiera tus necesidades básicas, pero siempre se hace el esfuerzo con ayuda de familiares y el tema de la Navidad», afirma.
Queda en el aire el gran misterio sin resolver, de dónde proceden esos dólares que fluyen por Caracas estos días, una moneda que en ocasiones envían los familiares que trabajan en el exterior pero en otras apenas queda en el margen de la duda.
Gonzalo Domínguez Loeda