La 75 Asamblea General de Naciones Unidas arranca este martes en Nueva York de manera esencialmente telemática y con una consigna básica en tiempos de la COVID-19, pero diplomáticamente inimaginable: prohibidos los apretones de manos a los pocos representantes que tienen permitido ocupar sus escaños.
Así lo han solicitado desde el organismo internacional antes del arranque del principal evento diplomático anual, que la pandemia ha abocado a un rosario de discursos pregrabados y televisados, en un encuentro en el que se ha impuesto la distancia social para evitar posibles contagios y donde los pocos eventos paralelos se celebran virtualmente.
Una sala casi vacía con un representante diplomático por cada país, las salas de reuniones apagadas y las cafeterías cerradas, son la tónica de la Asamblea, mientras los hoteles de la ciudad, acostumbrados en estas fechas a un ir y venir frenético de delegaciones internacionales que aprovechan la gran semana de la diplomacia para multiplicar encuentros y negociaciones en persona, miran de reojo la sede que duerme a orillas del río Este.
Más allá de que ningún dirigente buscará en esta ocasión la foto para el recuerdo de un vacío apretón de manos con algún líder internacional, ni los periodistas perseguirán el siempre eludido saludo entres los presidentes de EE.UU. e Irán, el propio secretario general de la ONU, António Guterres, reconoció que el formato de esta Asamblea presenta dificultades a la hora de hacer avanzar cuestiones complicadas, porque, según sus propias palabras, «para ser efectiva, la diplomacia necesita contacto personal».
Una afirmación que también hizo suya el pasado julio el embajador permanente de Alemania en la ONU, Christoph Heusgen, cuando intentó, sin mucho éxito, que el Consejo de Seguridad, que entonces presidía, retomara sus reuniones de manera física en la sede neoyorquina del organismo internacional.
«Los encuentros virtuales no pueden realmente reemplazar a la diplomacia en persona», dijo entonces Heusgen, en un mensaje que repiten una y otra vez los diplomáticos basados en Nueva York.
Como ejemplo, la última Asamblea General acogió cinco cumbres, medio millar de reuniones oficiales y más de 1.500 encuentros bilaterales, todo un enjambre diplomático para hilar relaciones, resolver problemas y encontrar denominadores comunes en un escenario internacional cada vez más atomizado y tenso.
Unos encuentros que este año no se van a dar en los pasillos fantasmales de la sede, acostumbrada en un día normal a albergar a miles de diplomáticos, trabajadores, visitantes y periodistas, que en esta ocasión también tienen su acceso limitado por cuestiones de salud pública.
En un momento en el que esta organización nacida hace 75 años lucha por defender su esencia multilateralista ante los cada vez mayores envites de las principales potencias internacionales, decididas a no entenderse en el Consejo de Seguridad, parece una paradoja que se vea obligada a elegir un formato tan descafeinado.
Un formato, cuanto menos incómodo, con el que hace un año solo parecía soñar el presidente de El Salvador, Nayib Bukele, que durante su intervención en la 74 Asamblea General se hizo una foto con su teléfono móvil que después difundió en su perfil de Twitter.
«Es hora de que seamos más inclusivos» y de «buscar un formato (de Asamblea General) que invite a participar a la masa colectiva de todos los países del mundo», subrayó Bukele después de haber insistido en que «el nuevo mundo ya no está en esta Asamblea General, sino en el lugar a donde irá esta foto, a la red más grande del mundo, donde miles de millones de personas están conectadas prácticamente todo el tiempo y casi en todas las facetas de la vida».
Sin embargo, no parece que esta versión «online» de Asamblea, a pesar de que ha conseguido un récord de participación de jefes de Estado, vaya a satisfacer ni a los más convencidos defensores de la diplomacia virtual.
Jorge Fuentelsaz
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