Santiago Preciado

Allende: Te recordamos en las anchas alamedas

Hace 50 años, es asaltada por fuerzas militares golpistas, La Moneda, el Palacio Presidencial de Chile donde murió el Presidente Salvador Allende. Ese 11 de septiembre luctuoso, se vería salir muy temprano al Presidente Allende de su casa por última vez, directo al palacio presidencial. El motivo de la urgente atención de la presencia presidencial, se refería a la sublevación de la marina en Valparaíso. Mientras se dirigía a La Moneda, Allende sería informado de la situación, al parecer la sublevación no tendría eco en la mayoría de las fuerzas militares, al menos el ejército, siendo las siete y veinte de la mañana, aun manifestaban respaldo al presidente.

Para cuando el presidente Allende quiso llegar al palacio, siendo un poco menos de las ocho de la mañana, ya los carabineros estaban controlados por los generales golpistas Mendoza y Yovane. Sin duda el golpe iba en desarrollo y casi que era irrervisible el cruento enfrentamiento entre fuerzas militares y una lánguida resistencia civil desarmada y la poca seguridad leal del presidente. Lo peor estaba por suceder.

Los meses previos al golpe, el ambiente de polarización creado desde adentro de las fuerzas militares, los periódicos oficiales cuyos dueños eran empresarios poderosos, entre ellos los del diario «El Mercurio», apoyados por La Democracia Cristiana y sectores de banqueros, decidieron alentar un paro productivo, cerrar el mercado y monopolizar los alimentos, para llevar el país a la bancarrota y con ello impulsar el descontento social contra el gobierno de la Unidad Popular. El hambre, la carestía y la crisis inoculada desde el seno de los opositores al cambio en Chile, no dudaron en fraguar un plan de desestabilización que terminaría en un golpe de Estado.

Pese a los esfuerzos del gobierno de la Unidad Popular de tratar de resolver la crisis generada desde las alturas del poder de los dueños del estado, temerosos de ver como el socialismo amenazaba sus grandes negocios y las riquezas amasadas con el esfuerzos de los trabajadores pobres, en un país que estaba secuestrado por los intereses internacionales de la banca y las transnacionales, en especial las norteamericanas, los enemigos terminaron reuniendo las fuerzas oscuras de fuera y dentro del país para asolar el naciente proyecto democrático.

En el caos producido por la parálisis productiva, la falta de alimentos en los supermercados y los altos costos de los mismos, se sumaron agitadores profesionales que financiaban huelgas para boicotear supermercados y centros de abastecimiento protegidos por el gobierno. Por ello, cuando esa mañana del 11 de septiembre, Allende salió a La Moneda, tenía plena consciencia que el momento decisivo estaba llegando para el proceso democrático: las masas debían salir a las anchas alamedas a defender lo logrado y frenar el golpe. Pero la confusión no hace la historia y esas masas aun no comprendían el futuro de sangre y dolor que se estaba escribiendo entre humo, bombas y metralla.

Cuando Allende hace su última en aparición pública en un balcón presidencial a las ocho y tres de la mañana, los pocos espectadores que llegaron a escucharlo, no tenían plena claridad de lo que estaba sucediendo. Solo hasta la ocho y cuarenta y dos de la mañana, cuando las fuerzas armadas, declaran por radio “que el señor que el Señor Presidente debe proceder a la inmediata entrega de su alto cargo a las fuerzas armadas”, se tuvo un panorama real de la situación de un golpe de estado.

Allende respondió ocho minutos después ¡No lo haré! Luego llegaron al perímetro de La Moneda, tanques de guerra, tanquetas, soldados, se escucharon disparos. Poco menos de dos horas bastó para que la radio fuera tomada por las fuerzas militares. Momentos antes a eso, a las diez y diez de la mañana Allende da su último discurso por Radio Magallanes, entre las cuales pronunció las palabras con las que reafirmó su compromiso con la ciudadanía chilena: “No voy a renunciar. Pagaré con mi vida la lealtad del pueblo”.

Luego viene el ultimátum al presidente: “si La Moneda no es desalojada antes de las once, será atacada por tierra y aire”. Así fue, mientras los aviones de la fuerza aérea volaban seis antenas radiales del gobierno, bajo la “Operación Silencio”, a fin de aislar a la ciudadanía de lo que estaba sucediendo, La Moneda era bombardeada por aire y tierra, mientras soldados de infantería entraban disparando. Hacia las dos y media de la tarde las fuerzas golpistas entregaron al General Augusto Pinochet un escueto informe: “Misión cumplida. Moneda tomada, presidente muerto”. A las seis de la tarde se reúnen los comandantes de la Junta Militar: Cesar Mendoza, Jose Toribio Merino, Augusto Pinochet y Gustavo Leigh. Inicia la dictadura que por diez y siete años manchó de sangre la historia de Chile.

Augusto Pinochet dirigió el hermano país austral, mediante un régimen dictatorial caracterizado por violaciones a los derechos humanos y la implementación del modelo económico neoliberal. De acuerdo a las distintas Comisiones de Verdad, la cifra total de víctimas calificadas oficialmente es de 40 mil 175 personas, incluyendo ejecutados políticos, detenidos, desaparecidos y víctimas de prisión política y tortura.

Hay quienes aún insisten con cierta ignorancia histórica, que es mejor algo de dictadura que una mala democracia, semejante despropósito es imposible de permitir en la opinión pública. Si los muertos, desaparecidos y las victimas no son suficientes para comprender el significado de lo que implica la apatía y la indiferencia con relación a quienes hoy promueven el odio racial, de género, contra los pobres, los migrantes y todo el que opine diferente en la sociedad, no haremos más que repetir la historia que Chile, Bolivia, Ecuador, Venezuela, Brasil, Republica Dominicana, Guatemala, Uruguay, Argentina, Paraguay y Colombia ya vivieron.

En claro homenaje a los muertos y desaparecidos un día como hoy, recuperemos la esperanza en el cambio social, económico y político de Nuestra América, para que un futuro de dignidad llene nuestras anchas alamedas y nos permita, como diría Pablo Milanés: “pisar la calles nuevamente”. Salvador allende, Víctor Jara y por todos los caídos: In memoriam.

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