Los presidentes de México, Colombia, Perú y Chile hicieron algo muy inteligente días atrás, que podría ahorrarle a Latinoamérica muchísimo tiempo, dinero e insufribles discursos en el futuro: celebraron la primera cumbre virtual de la región.

Por Andrés Oppenheimer

Los cuatro líderes, que se disponen a lanzar un bloque de libre comercio en junio que será conocido como la Alianza del Pacífico, hablaron a puertas cerradas por teleconferencia durante una hora el 5 de marzo. Cada uno de ellos estaba sentado ante una mesa semicircular, flanqueados por sus respectivos ministros de relaciones exteriores y economía, frente a televisores de alta definición en los que podían ver a sus contrapartes en escenarios similares.

El presidente colombiano Juan Manuel Santos dijo más tarde que había sido una reunión “histórica”, porque “no tenemos conocimiento de que se haya realizado en el mundo una cumbre presidencial virtual”.

Cuando pregunté al respecto, un funcionario de la Casa Blanca me dijo que el presidente Barack Obama ha tenido reuniones bilaterales vía teleconferencia con los líderes de Gran Bretaña, Afganistán y otros países, pero que no ha participado en ninguna cumbre virtual con varios participantes.

Novedosa o no, la idea es excelente, por razones que van mucho más allá del ahorro de tiempo y dinero.

Latinoamérica tiene tantas cumbres presidenciales que no sería extraño que ostente el record mundial en la materia. Y, por lo que he visto cubriendo docenas de estas cumbres en las últimas tres décadas, casi todas estas reuniones son una seguidilla de discursos emotivos, llenos de fervor patriótico, pero que rara vez producen resultados concretos.

Hay más de una docena de cumbres latinoamericanas económicas al año, más varias cumbres políticas, sin contar las cumbres latinoamericanas con Estados Unidos, las cumbres con países europeos, las cumbres con países asiáticos, y las reuniones bilaterales.

Casi todas ellas son costosos ejercicios de turismo político, en la que los presidentes llevan enormes séquitos de funcionarios y periodistas en sus aviones presidenciales, y hacen sus discursos para el consumo doméstico. De hecho, al igual que en las Naciones Unidas, en estas cumbres los presidentes no hablan entre sí, sino con sus audiencias en sus respectivos países.

¿Recuerdan cuando el presidente venezolano Hugo Chávez estrechó la mano del presidente Obama en la Cumbre de las Américas del 2009, y le entregó un libro que culpaba a Estados Unidos de todos los problemas históricos de Latinoamérica? ¿O de cuando el ex presidente colombiano Alvaro Uribe señalaba a Chávez con el dedo índice en las cumbres, acusándolo de estar armando a la guerrilla colombiana?

Estos y otros gestos grandiosos en las cumbres ayudan a los presidentes a subir en las encuestas, pero muchas veces no sirven para más que eso.

Recientemente le pregunté al ex presidente peruano Alan García, quien dejó el cargo el año pasado y que asistió a la mayoría de estas cumbres, si todas estas reuniones sirven para algo. García se rio, y meneó negativamente la cabeza.

“Cada presidente va con su discurso hecho,” me dijo García. “Es un diálogo de sordos”.

García señaló que “normalmente se llevan sus canales de televisión de su propio país. Sus delegaciones parecen caravanas de camellos en el desierto”, agregando que el solía viajar en aviones de línea, con una delegación muy pequeña.

(Mientras él hablaba, no pude evitar recordar que una de las primeras cosas que hizo Chávez al asumir el poder fue comprarse un nuevo avión presidencial Airbus A 319CJ de $78 millones, y que el presidente ecuatoriano Rafael Correa y el presidente boliviano Evo Morales siguieron sus pasos, comprando costosos jets presidenciales apenas iniciando sus presidencias).

“Van con su discurso aprendido, a leerlo, y a echarle la culpa a alguien de sus problemas — casi siempre al Tío Sam, o si no al “horroroso” sistema financiero internacional— en vez de hacer su tarea”, continuó diciendo García. “Y su tarea no es buscar reelecciones, ni buscar aceptaciones momentáneas en las encuestas, sino dejar obras a favor del pueblo”.

Cuando le pregunté cómo hacer para que estas cumbres sean más productivas, me respondió que habría que realizarlas “dos días por año” en el mismo sitio, juntando todas las cumbres sub-regionales y de las temáticas específicas en el mismo lugar y en la misma ocasión.

Mi opinión: Ya es hora de que los presidentes rindan cuentas a sus pueblos por el despilfarro de millones de dólares anuales en viajes de propaganda personal, sin ningún resultado visible para sus países.

Sería mucho más provechoso que realizaran cumbres virtuales periódicas para tratar temas puntuales, y una o dos cumbres anuales en algún lugar de la región en la que los presidentes podrían concentrar todas sus reuniones.

Como mínimo, eso cambiaría la naturaleza de estas cumbres, que dejarían de ser puro espectáculo para convertirse en reuniones de trabajo. Twitter: @oppenheimera

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Redacción Minuto30

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